martes, 21 de enero de 2014

LAS MANUFACTURAS EN LA EDAD MODERNA

Durante la Edad Moderna, las manufacturas fueron consideradas como la culminación de la historia económica. Las manufacturas, eran grandes establecimientos, propiedad de un empresario, en los cuales se ejecutaban distintas fases de la elaboración de un trabajo, siendo esto dirigido por inspectores y capataces.
Dichos establecimientos, se distinguían de las fábricas de la era industrial por su técnica artesanal, es decir, por la ausencia de maquinaria en la elaboración del trabajo. Algunos economistas como Adam Smith, han descrito las ventajas de la división del trabajo dentro de un taller explicando que las simples técnicas artesanales eran capaces de conseguir un alto grado de habilidad y rapidez de los obreros y de esta forma una mayor eficiencia del trabajo. Por otra parte, Carlos Marx, un convencido en el progreso, veía posible el desarrollo económico gracias a que durante un período anterior las manufacturas movían la economía y que esto llevó a la época de las fábricas entendiendo así ambas como estadios del orden capitalista. Werner Sombart, no compartía esta última teoría debido a la perspectiva de su tiempo en cuestiones del trabajo por encargo y la industria casera.
Estudios recientes que tratan el tema de la protoindustria y la investigación moderna sobre la artesanía ve imposible describir la historia de la producción fabril como período de las manufacturas.
La cantidad de manufacturas que correspondía al modelo ideal de la fábrica sin máquinas fue muy escasa. Se deduce entonces que la manufactura no fue la etapa más alta de la producción preindustrial que llevaba a la industria fabril, pero sí se la puede ver como el precedente.
Las manufacturas nacieron en las artes del lujo. La teoría mercantilista encontraba en el lujo el agujero en el suelo de la economía estatal por el que se escapaban al extranjero los metales preciosos. En consonancia con esto, el monarca era lo suficientemente poderoso como para amortiguar los costes y riesgos que suponía la producción. Los materiales eran tan costosos que tenía sentido la vigilancia estricta de los obreros. En cuanto a las manufacturas de porcelana o la fabricación de espejos, hacía entender que el secreto de la producción de éstas quedaba garantizado de manera más óptima en un taller centralizado dentro de una región manufacturera separada.
La conclusión es que la mayor parte de las manufacturas se hacían en las fundiciones y fraguas, también denominadas fabriques, cuyo centro eran el crisol y el fuego de fundición. Estas fábricas alejadas, fueron las que mayor éxito obtuvieron. Es en este caso en uno de los pocos en el que el proceso de elaboración centralizado no afectaba a la rentabilidad a causa de que tenía una buena base tecnológica.
Muchos estudiosos de la economía política han considerado que la productividad no era en ningún caso más elevada en los nuevos establecimientos que en las manufacturas artesanales y de trabajo en el hogar aunque los costes fuesen mucho más altos.
El comerciante encuentra provecho en el hogar ya que de esta manera no tenía que invertir ninguna cantidad en la producción y podía cargar en los productores los riesgos del mercado. Si las ventas se veían obstaculizadas por guerras o crisis, el contratante se limitaba a no hacer más encargos. Al contrario, el empresario manufacturero tenía la tarea de levantar edificios costosos y proveer de todas las instalaciones y herramientas necesarias. Su preocupación era vigilar a los obreros para que no desapareciera material mientras que quien trabajaba en casa estaba obligado, por decirlo de alguna manera, a explotarse a sí mismo. Si la demanda se detenía, los costes iban en aumento, incluidos los salarios de los trabajadores.
Los altos costes de las explotaciones manufactureras, duraban poco, y era en ellas frecuentes las quiebras. La manera de evitarlo era que los empresarios recibiesen subvenciones por parte del Estado en forma de edificios, materiales gratuitos, libertad de aduanas y entregas de dinero. Las manufacturas, son entendidas ya como el instrumento preferido de la política autárquica estatal y ponen simultáneamente de manifiesto el entramado del desarrollo económico en la Europa moderna.
A pesar de todo, las manufacturas no fueron el reino de la libertad en contraposición al mundo reglamentado de los gremios. Los soberanos otorgaron a los empresarios manufactureros privilegios que asignaban el monopolio de la producción en una región determinada o en todo el Estado, acompañados normalmente de prohibición de entrada de productos extranjeros similares. El empresario podía vigilar el cumplimiento del privilegio incluso con su personal propio y aprovecharse además de las autoridades policiales y aduaneras del Estado. Las jerarquías debían prestar al empresario su ayuda e intentar beneficiarle para el mantenimiento de su privilegio. De esta forma le correspondía así al empresario la persecución y el castigo de sus empleados en caso de huida, robo o desobediencia.
La falta de libertad de los trabajadores fue una condición importante en las manufacturas europeas ya que los correccionales, talleres públicos y orfanatos les parecían el lugar ideal para la producción manufacturera por razones de índole pedagógica y económica. Se utilizaría a vagabundos trabajadores de provecho y este trabajo no sería remunerado lo que suaviza así el problema de los costes. Aún así no se consiguió lo previsto ya que las vidas de estas personas estaban protagonizadas por las malas condiciones y el trabajo excesivo. Todo ello, para el conjunto de la producción, las manufacturas forzosas fueron algo marginal aunque su número no fue escaso entre los establecimientos manufactureros centralizados.
No todos los obreros de las manufacturas estaban dispuestos al sacrificio personal. A menudo se organizaron en sociedades que se guiaban por sus propias reglas y asambleas. La historia de las manufacturas es de alguna manera también la historia de los levantamientos obreros y de las huelgas, entendiéndose todo ello como la prehistoria de las fábricas. Los obreros siervos se defenderán mediante el trabajo a desgana o dedicándose a la huída.
La gran parte de las manufacturas de la Edad Moderna no respondía al ideal de trabajo centralizado con labores distribuidas y equiparadas, sino que eran empresas subcontratadoras donde la mayoría del tiempo se centralizaba la fase final de la producción. La protoindustria no se limitó a la campaña y la explotación se mantuvo como la base de la producción preindustrial.
El trabajo asalariado de las manufacturas terminaría con la Casa Grande quedando solo el trabajo en el hogar como el refugio ante la posible miseria.

Adriana Blázquiz González

Bibliografía
:

SCHULTZ, Helga, Historia Económica de Europa, 1500-1800: Artesanos, mercaderes y Banqueros, Madrid, Siglo XXI, 2001.

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