martes, 21 de enero de 2014

EL MODELO COMERCIAL BRITÁNICO EN LA EDAD MODERNA

La Edad Dorada de los Países Bajos fue la época del capitalismo mercantil. Duró desde finales del siglo XVI hasta mediados del XVIII. Cuando Inglaterra expulsó a los holandeses y Londres pasó a ocupar el papel de centro mundial, esto fue en sus comienzos, una lucha sobre los mismos campos y con las mismas armas. Ambos luchaban por el dominio y control de los mares y del comercio intermediario.[1]
Londres siempre había sido por su localización, el competidor natural de Amsterdam. El Acta de Navegación decretada por el Parlamento inglés en 1651 para entorpecer el comercio holandés podía suponer en un principio los primeros pasos hacia el éxito. Para hacer realidad la idea de llevar sólo en barcos suyos todas las mercancías importadas a la isla, los ingleses hubieran necesitado una flota mercantil de mayores dimensiones y unas relaciones comerciales más influyentes.
El Acta de Navegación seguía la tradición de la “splendid insolation” económica del imperio insular, establecida en la segunda mitad del siglo XVI con la expulsión de los comerciantes italianos y hanseáticos y con la fundación de una serie de compañías inglesas de ultramar bajo monopolio real. Esta política económica de los Tudor y los Estuardo estaba muy en consonancia con el peculiar desarrollo político del absolutismo inglés, tal y como fue introducido por Enrique VIII con la Reforma desde arriba. Dicha política no pudo quebrar y este dominio siguió desplegándose.
La situación cambió principalmente con el establecimiento de la Monarquía constitucional, como consecuencia de las revoluciones de entre los años 1641 y 1688, que condujeron a Inglaterra hasta la cima del sistema económico europeo. A los intereses económicos de los burgueses se les concedió ahora el mismo peso que en los Países Bajos Unidos. Se sucedieron las transformaciones en todos los campos de la vida económica.
Se realizó una revolución en la agricultura al desposeer del poder a la vieja aristocracia y derribar las últimas barreras feudales que habían obstaculizado el camino hacia una economía orientada por el mercado, basada en el trabajo asalariado libre y en relaciones capitalistas de arrendamiento. Los grandes propietarios y los campesinos acomodados pudieron imponer sus intereses con los cercados, mientras que los propietarios pequeños perdieron el uso de bosques y pastos, que dejaron de ser propiedad comunal. Fueron separados los pastos de las tierras de labranza y se abandonó el sistema de rotación con barbechos, haciendo posible así el uso de abono y el cambio de cultivos. El campesino o pequeño arrendatario era como el señor que propiciaba la construcción de canales para llevar sus productos de manera más rentable a Londres, o construía molinos y minas para conseguir con ellos beneficios mayores que con la carne, el grano, o la lana. [2]
Los comerciantes ingleses hicieron esfuerzos por captar el tráfico comercial fundando una compañía para explorar el paso del nordeste y comerciar directamente con Rusia, llegando a frecuentar el puerto de Arkángel. Pero el centro de este comercio siguió siendo Amsterdam, que destronó a Amberes, como ésta había suplantado a Brujas. La lucha entre ingleses y holandeses a mediados del siglo XVII por el Acta de Navegación es el ejemplo más típico de una guerra por motivos puramente económicos en una época en que no se habían extinguido los ecos de las guerras de religión. [3]
Las compañías fundadas en Inglaterra y Holanda a principios del siglo XVII, imitadas en Francia por Colbert, tuvieron éxito diverso. La compañía inglesa trató de imitar a la Compañía holandesa de las Indias Orientales. Sus fines eran idénticos y se efectuó por la integración de varias compañías menores federadas y tuvo una dirección colegiada, los famosos Heeren XVII (los 17 señores).  Desde el principio la Compañía estuvo íntimamente ligada al Estado holandés.
La época del mercantilismo europeo (1500-1750), se ve protagonizada por diversos conflictos internacionales como las conocidas guerras entre Inglaterra y Holanda en el siglo XVII y entre Inglaterra y España durante la primera mitad del XVIII, sobre todo por causas de tipo comercial. [4]
Antes del siglo XVIII, en Inglaterra se afirmó una tendencia en alza de la producción comercial, al contrario que el resto de países que entre 1620 y 1650, tras alcanzar un máximo, en los cuarenta años siguientes los precios del grano mostraron una tendencia estacionaria o a la baja.[5]
El sistema comercial se fue implantando en muchas de las grandes ciudades del noroeste de Europa y crecían cada vez con mayor rapidez, a un ritmo que durante el siglo XVII se fue realmente acelerando. Londres se convirtió en centro de un creciente comercio de reexportaciones al continente.
Con el siglo XVIII el comercio europeo cambió de carácter en ciertos aspectos vitales. Geográficamente, el centro de gravedad económico se trasladó al otro lado del Canal. Al mismo tiempo, las actividades de comercio con las colonias se expansionaron rápidamente. Mientras que hasta el final del siglo XVII el tráfico interior de los mares europeos constituyó todavía la parte mayor del comercio europeo, en el siguiente período la expansión de los comercios extra europeos se hizo realmente destacada, en especial en los años siguientes al tratado de Utrecht y particularmente en el comercio exterior británico. El proceso llevo consigo un abaratamiento de los productos coloniales, cuyos precios descendieron hasta un nivel al que quedó garantizada una demanda continua. [6]
Como consecuencia, el desarrollo del comercio convirtió a ciudades como Londres en focos muy avanzados y desarrollados. Se convirtió en la mayor ciudad de todas, llegando a tener al final del período más de medio millón de habitantes. No cabía ninguna duda de que el dinamismo de ciudades como Londres estaba íntimamente ligado a su comercio.[7]
Hay que saber que la legislación agraria proteccionista existente en Inglaterra después de que en 1660 se manifiestara en elementos tales como subvenciones a la exportación, fomenta un comercio de exportación de grano que continúa hasta mediados del siglo XVIII.
En el siglo XVII los suministros “atlánticos” tuvieron un predominio total con Holanda e Inglaterra como principales importadoras.[8] Durante la segunda mitad del siglo XVII Inglaterra volvió a convertirse de nuevo en nación exportadora de grano, y una proporción sustancial de las exportaciones inglesas se dirigió a las grandes lonjas de cereales del otro lado del Canal.[9]
El comercio de la pimienta en el siglo XVII se caracterizó por una encarnizada competencia, especialmente entre las compañías holandesas e inglesa.
Inglaterra será la que asuma el dinámico papel de la construcción de una economía atlántica.[10] Se vio afectada por la fuerte crisis económica europea de comienzos del siglo XVII. Su comercio consistía casi solamente en la exportación de paños en los cambios bilaterales con los mercados holandeses y bálticos. Además, este comercio estaba en gran parte en manos de comerciantes organizados en compañías reglamentadas monopolistas. La corona inglesa sancionaba tales monopolios porque suponían una conveniente fuente de ingresos para el tesoro.  Pero era más importante la idea de que las compañías reglamentadas podían ejercer una benéfica influencia sobre las condiciones comerciales a las que se enfrentaran los comerciantes ingleses. En un mundo que no esperaba crecimientos a largo plazo de los mercados extranjeros, se cifraban las esperanzas de beneficio comercial en la capacidad de controlar sus mercados: es decir, de cambiar sus productos en las condiciones más favorables posibles.
Este sistema comercial monopolístico y estático resultaba conforme se evaporaban los mercados tradicionales, cada vez más inapropiado para las necesidades inglesas. El renacimiento de su economía exigió la reestructuración de su industria textil, como ya hemos visto. Y esto iba unido a la reorientación de sus conexiones comerciales. El momento clave de la importancia internacional de la economía inglesa puede encontrarse en el éxito de los comerciantes ingleses en abrir los mercados de la Península Ibérica y del Mediterráneo a las new draperies. Si bien tenían menos experiencia en el comercio internacional que sus rivales, podían compensar esto con las ventajas de costo de su industria textil.
La política comercial del gobierno, al esforzarse constantemente en asegurar los bajos costos de la lana y al defender a sus comerciantes con sucesivas elaboraciones de las Actas de Navegación, crearon una atmósfera en la que el comercio inglés consiguió remontar el vuelo.
Las actividades coloniales dieron entonces una nueva dimensión a lo que había sido principalmente un comercio de venta de textiles y de compra de mercancías. Cuando los productos coloniales como el azúcar y el tabaco se derramaron sobre los puertos ingleses (por exigencia de las Actas de Navegación) su procesamiento y re-exportación inglés.
Las industrias pesqueras de Terranova y Groenlandia (cuyas capturas se vendían en el Mediterráneo católico) pueden ser consideradas en este comercio colonial. Estos comercios aumentaron explosivamente hasta 1689 haciendo que la marina mercante inglesa casi se doblara en un espacio de treinta años (aunque se creía que un tercio de ella había sido construida por los holandeses), y atrayendo hacia sí una masa sin precedentes de capital especulativo hasta el South Sea Bubble de 1720.
La Guerra de la Liga Augsburgo (1688-97) y la Guerra de Sucesión Española (1702-13) retardaron el crecimiento del comercio inglés, pero al finalizar éstas el sistema comercial inglés había cambiado sus características fundamentales. Las compañías reglamentadas se desmoronaron; en el comercio europeo prevaleció una situación más competitiva. Ahora los paños de lana representaban la mitad del total de las exportaciones solamente, en tanto que un amplio surtido de mercancías de hierro y de re-exportaciones coloniales suponía en este momento los sectores comerciales con mayor expansión; los comerciantes ingleses operaban en una red comercial que se extendía cada vez más hacia Norteamérica, las Antillas, África y la India. Guiados por un gobierno agresivo y amparado por una legislación proteccionista, consiguieron hacer de Londres un verdadero emporio comercial.[11]
El sistema comercial basado en Amsterdam que se crea a principios del siglo XVII da lugar a finales de siglo a un sistema comercial policéntrico. Londres dominaba el sistema, pero a causa de la mayor complejidad de los sistemas de pago y del crecimiento del volumen del comercio, otros centros competirán en ciertos sectores con su liderazgo.
Surgió un nuevo sistema colonial en el siglo XVII que reemplazó al método extractivo de las potencias de la Península Ibérica. En este proceso participaron holandeses, franceses e ingleses, pero como ningún otro, los ingleses tuvieron éxito en reorientar su economía en el sentido de los tráficos comerciales extra-europeos.
Como el despegue de la economía inglesa se produjo en las décadas de la segunda mitad del siglo XVIII, muchas veces los historiadores han supuesto que existe un lazo causal entre el comercio colonial inglés y la Revolución Industrial, aunque no existe ninguna duda de que el impacto de los comercios coloniales sobre la economía europea fue profundo. Esto podría ser el caldo de cultivo para comprender la transformación industrial del período existente entre 1750-1850.[12]
Inglaterra, que a comienzos del siglo XVII tenía que importar grano en los años de mala cosecha, se convirtió en exportadora de productos agrícolas. Durante la primera década del siglo XVIII, las exportaciones de cereales superaron por primera vez las de la zona del Báltico. El centro de la economía mundial europea se había liberado de la dependencia en los suministros de la periferia.[13]
Como consecuencia de todo esto, descendieron los precios de los alimentos, igual que la proporción de la población que trabajaba en la agricultura. Las transformaciones que se dieron en la agricultura estimularon la urbanización de la sociedad ya que aumentaban sus ingresos que se podían asignar a los bienes manufacturados y las prestaciones de servicios.
Las manufacturas se expandieron del mismo modo sobre todo en las tierras llanas, donde la agricultura no daba ya ocupación a todos los habitantes, a la vez que crecía la demanda de productos manufacturados. El mercado interno era la fuerza y la carta de triunfo de Inglaterra en su competencia con los Países Bajos Unidos, más pequeños y menos poblados. Inglaterra no se orientaba en la misma medida al comercio intermediario. El comercio con el Nuevo Mundo se benefició del consumo creciente de azúcar, café, té, tabaco y ron. La importación de tabaco y café descendió en el transcurso del siglo XVIII, pero no por la moderación de los consumidores, sino porque el cultivo del tabaco fue rentable en la propia Inglaterra y el café fue desplazado por el té. La Compañía de las Indias Orientales británica supo movilizar la política de impuestos del Gobierno a favor de sus intereses comerciales.[14]
El consumo de estimulantes se extendió en las ciudades grandes, lo que es seguramente una muestra de un ingreso creciente. Esto da lugar a una modernización de los usos alimenticios, de lo cual Inglaterra fue pionera en el viejo continente. El tabaco y el té dieron lugar a mayores beneficios que los obtenidos con el comercio de las especias.
Las exportaciones se desarrollaron con más ímpetu aún que las importaciones. Del mismo modo que Inglaterra había pasado de ser importadora en agricultura a suministrar cereales, así sucedió también en el sector manufacturero, sobre todo en el de la industria textil. La lana de vello largo de las ovejas inglesas fue pronto la base de tejidos finos. La lana era su principal exportación, llegando a controlar el 60% de total a comienzos del siglo XVI, el 80% en 1550 y hasta quizás más en el siglo XVII. [15] La fabricación de estampados de algodón pasó rápidamente a ser durante el siglo XVIII el segundo puntual de las exportaciones inglesas y se convirtió en el campo de las transformaciones tecnológicas de la Revolución industrial.
Durante las primeras seis décadas del siglo XVIII creció un 50% la producción manufacturera de toda Inglaterra, mientras que la exportación aumentó hasta un 222%, es decir, más del doble. La época posterior se encuentra bajo el signo de la revolución y muestra un crecimiento mucho más destacado.
Londres era el centro del mercado interior inglés, lo que algunos llamarían “mercado nacional”. La capital de la Inglaterra isabelina había competido con París por la primera posición entre las ciudades de Europa. Alcanzó rápidamente esta posición en la época de la revolución y de las guerras civiles de la segunda mitad del siglo XVII y permaneció durante dos siglos como la metrópoli económica europea.
Era en Londres donde se consumían los excedentes agrícolas de todo el país y los productos de sus industrias marcaban la pauta en el Edimburgo escocés y el Dublín irlandés. Londres era el centro del lujo y de la moda.
Aún así, en el siglo XVIII, Londres sufrió una epidemia de alcoholismo que diezmó su población. Esto dio lugar a una elevada mortalidad entre 1650 y 1775 pero consiguió despegar y seguir creciendo.
Londres se convertía así en el corazón del sistema circulatorio del comercio internacional. Contribuyeron para ello los grandes flujos de capital que llevaron a mover de manera regular la Bolsa de Londres desde los bolsillos de los acomodados terratenientes, arrendatarios, empresarios manufactureros, comerciantes y artesanos moviendo las sociedades mercantiles.
La fuerza del capitalismo británico era inagotable y nunca se vio entorpecido por las guerras que se sucedían constantemente tanto por mar como por tierra. Los ingleses vencieron en esas guerras a sus dos grandes rivales: Holanda y Francia, a la vez que se hacían con los astilleros más eficientes y con las flotas mercantil y de guerra más fuertes del mundo.[16]
Los ingleses consiguieron lo que hasta ahora no habían podido lograr los portugueses, españoles y holandeses, es decir, dominar el mundo comercial con un imperio colonial a la vez. Con el asentamiento de extensas regiones de Norteamérica se les amplió un enorme territorio que no sólo suministraba materia prima y productos agrícolas, sino que era también un mercado desarrollado que duplicaba la economía de la propia Inglaterra.
Por otro lado, en 1773 el empleo del Acta de Navegación en contra de los comerciantes y ciudadanos de la colonia condujo a los tumultos por el té de Boston y a la fundación de los Estados Unidos tras la guerra de independencia. Aún así, esto no fue el final del papel dominante en Inglaterra en la economía mundial, lo que se explica no en los acontecimientos de la Edad Moderna, si no en el curso de la Revolución Industrial que comenzaba a brotar.[17]


 Adriana Blázquiz González

Bibliografía:
SCHULTZ, Helga, Historia Económica de Europa, 1500-1800: Artesanos, mercaderes y Banqueros, Madrid, Siglo XXI, 2001.
WILSON, Charles y PARKER, Geoffrey, Una introducción a las fuentes de la historia económica europea. 1500-1800, Madrid, Siglo XXI, 1985.
DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Historia universal. Edad Moderna, Barcelona, Vicens Vives, 1983.
CIPOLLA, Carlo M., Historia económica de la Europa Preindustrial, Madrid, Alianza, 1981.
DE VRIES, Jan, La economía de Europa en un periodo de crisis: 1600-1750, Madrid, Cátedra, 1982.




[1] SCHULTZ, Helga, Historia Económica de Europa, 1500-1800: Artesanos, mercaderes y Banqueros, Madrid, Siglo XXI, 2001, p.29.
[2] Ibídem, p.30.
[3] DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio, Historia universal. Edad Moderna, Barcelona, Vicens Vives, 1983, p. 359.
[4] CIPOLLA, Carlo M., Historia económica de Europa (2). Siglos XVI y XVII, Madrid, Ariel Historia, 1981, p.333.
[5] Ibídem, p. 336.
[6] Ibídem, p. 337
[7] Ibídem, p. 338
[8] CIPOLLA, Carlo M., Opus Cit, p.372.
[9] Ibídem, p.361.
[10] DE VRIES, Jan, La economía de Europa en un periodo de crisis: 1600-1750, Madrid, Cátedra, 1982, p.124.
[11] DE VRIES, Jan, Opus cit., p.134.
[12] Ibídem, p. 136.
[13] SCHULTZ, Helga, Opus cit., p.31.
[14] SCHULTZ, Helga, Opus cit., p. 32.
[15] WILSON, Charles y PARKER, Geoffrey, Una introducción a las fuentes de la historia económica europea. 1500-1800, Madrid, Siglo XXI, 1985, p. 153.
[16] SCHULTZ, Helga, Opus cit., p.33.
[17] Ibídem, p.34.

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