Durante
la Edad Moderna, las manufacturas fueron consideradas como la culminación de la
historia económica. Las manufacturas, eran grandes establecimientos, propiedad
de un empresario, en los cuales se ejecutaban distintas fases de la elaboración
de un trabajo, siendo esto dirigido por inspectores y capataces.
Dichos
establecimientos, se distinguían de las fábricas de la era industrial por su
técnica artesanal, es decir, por la ausencia de maquinaria en la elaboración
del trabajo. Algunos economistas como Adam Smith, han descrito las ventajas de
la división del trabajo dentro de un taller explicando que las simples técnicas
artesanales eran capaces de conseguir un alto grado de habilidad y rapidez de
los obreros y de esta forma una mayor eficiencia del trabajo. Por otra parte,
Carlos Marx, un convencido en el progreso, veía posible el desarrollo económico
gracias a que durante un período anterior las manufacturas movían la economía y
que esto llevó a la época de las fábricas entendiendo así ambas como estadios
del orden capitalista. Werner Sombart, no compartía esta última teoría debido a
la perspectiva de su tiempo en cuestiones del trabajo por encargo y la industria
casera.
Estudios
recientes que tratan el tema de la protoindustria y la investigación moderna sobre
la artesanía ve imposible describir la historia de la producción fabril como
período de las manufacturas.
La
cantidad de manufacturas que correspondía al modelo ideal de la fábrica sin
máquinas fue muy escasa. Se deduce entonces que la manufactura no fue la etapa
más alta de la producción preindustrial que llevaba a la industria fabril, pero
sí se la puede ver como el precedente.
Las
manufacturas nacieron en las artes del lujo. La teoría mercantilista encontraba
en el lujo el agujero en el suelo de la economía estatal por el que se
escapaban al extranjero los metales preciosos. En consonancia con esto, el
monarca era lo suficientemente poderoso como para amortiguar los costes y
riesgos que suponía la producción. Los materiales eran tan costosos que tenía
sentido la vigilancia estricta de los obreros. En cuanto a las manufacturas de
porcelana o la fabricación de espejos, hacía entender que el secreto de la
producción de éstas quedaba garantizado de manera más óptima en un taller
centralizado dentro de una región manufacturera separada.
La
conclusión es que la mayor parte de las manufacturas se hacían en las
fundiciones y fraguas, también denominadas fabriques,
cuyo centro eran el crisol y el fuego de fundición. Estas fábricas alejadas,
fueron las que mayor éxito obtuvieron. Es en este caso en uno de los pocos en
el que el proceso de elaboración centralizado no afectaba a la rentabilidad a
causa de que tenía una buena base tecnológica.
Muchos
estudiosos de la economía política han considerado que la productividad no era
en ningún caso más elevada en los nuevos establecimientos que en las
manufacturas artesanales y de trabajo en el hogar aunque los costes fuesen
mucho más altos.
El
comerciante encuentra provecho en el hogar ya que de esta manera no tenía que
invertir ninguna cantidad en la producción y podía cargar en los productores
los riesgos del mercado. Si las ventas se veían obstaculizadas por guerras o
crisis, el contratante se limitaba a no hacer más encargos. Al contrario, el
empresario manufacturero tenía la tarea de levantar edificios costosos y
proveer de todas las instalaciones y herramientas necesarias. Su preocupación
era vigilar a los obreros para que no desapareciera material mientras que quien
trabajaba en casa estaba obligado, por decirlo de alguna manera, a explotarse a
sí mismo. Si la demanda se detenía, los costes iban en aumento, incluidos los
salarios de los trabajadores.
Los
altos costes de las explotaciones manufactureras, duraban poco, y era en ellas
frecuentes las quiebras. La manera de evitarlo era que los empresarios
recibiesen subvenciones por parte del Estado en forma de edificios, materiales
gratuitos, libertad de aduanas y entregas de dinero. Las manufacturas, son
entendidas ya como el instrumento preferido de la política autárquica estatal y
ponen simultáneamente de manifiesto el entramado del desarrollo económico en la
Europa moderna.
A
pesar de todo, las manufacturas no fueron el reino de la libertad en
contraposición al mundo reglamentado de los gremios. Los soberanos otorgaron a
los empresarios manufactureros privilegios que asignaban el monopolio de la
producción en una región determinada o en todo el Estado, acompañados
normalmente de prohibición de entrada de productos extranjeros similares. El
empresario podía vigilar el cumplimiento del privilegio incluso con su personal
propio y aprovecharse además de las autoridades policiales y aduaneras del
Estado. Las jerarquías debían prestar al empresario su ayuda e intentar
beneficiarle para el mantenimiento de su privilegio. De esta forma le
correspondía así al empresario la persecución y el castigo de sus empleados en
caso de huida, robo o desobediencia.
La
falta de libertad de los trabajadores fue una condición importante en las
manufacturas europeas ya que los correccionales, talleres públicos y orfanatos
les parecían el lugar ideal para la producción manufacturera por razones de
índole pedagógica y económica. Se utilizaría a vagabundos trabajadores de
provecho y este trabajo no sería remunerado lo que suaviza así el problema de
los costes. Aún así no se consiguió lo previsto ya que las vidas de estas
personas estaban protagonizadas por las malas condiciones y el trabajo
excesivo. Todo ello, para el conjunto de la producción, las manufacturas
forzosas fueron algo marginal aunque su número no fue escaso entre los establecimientos
manufactureros centralizados.
No
todos los obreros de las manufacturas estaban dispuestos al sacrificio
personal. A menudo se organizaron en sociedades que se guiaban por sus propias
reglas y asambleas. La historia de las manufacturas es de alguna manera también
la historia de los levantamientos obreros y de las huelgas, entendiéndose todo
ello como la prehistoria de las fábricas. Los obreros siervos se defenderán
mediante el trabajo a desgana o dedicándose a la huída.
La
gran parte de las manufacturas de la Edad Moderna no respondía al ideal de
trabajo centralizado con labores distribuidas y equiparadas, sino que eran
empresas subcontratadoras donde la mayoría del tiempo se centralizaba la fase
final de la producción. La protoindustria no se limitó a la campaña y la
explotación se mantuvo como la base de la producción preindustrial.
El
trabajo asalariado de las manufacturas terminaría con la Casa Grande quedando
solo el trabajo en el hogar como el refugio ante la posible miseria.
Adriana Blázquiz
González
Bibliografía:
Bibliografía:
SCHULTZ, Helga, Historia Económica de Europa, 1500-1800:
Artesanos, mercaderes y Banqueros,
Madrid, Siglo XXI, 2001.
Un comentario
ResponderEliminar😑😑😃😃😂😂😂
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ResponderEliminarMaicra
ResponderEliminarHerobrine
ResponderEliminarNotch
EliminarKeani
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