Piratería
y Corso.
Mediante
las actividades de los piratas y corsarios se intentaba burlar el monopolio
español sobre el comercio con América, incluyendo el comercio de los metales
preciosos. Estos piratas actuaban por su cuenta o para sus gobiernos, mediantes
las “patentes de corso”, que permitía la legitimación de sus actividades[1].
Las
actividades de estos corsarios y piratas iban dirigidas en su mayoría hacia los
puertos españoles, como el puerto de Cádiz, o bien hacia los territorios americanos
bajo la jurisdicción de la Corona Hispánica, como Cartagena de Indias, a partir
del siglo XVII aprovechando la debilidad del Imperio español. Los principales
piratas y corsarios serían ingleses como Hawkins y su sobrino Drake, y
holandeses, llamados los mendigos de mar. Para facilitar sus actividades
llegaron incluso a instalarse en puntos concretos del Caribe.[2]
Durante un tiempo los barcos españoles navegaron
de forma solitaria y aislada confiados
en su protección mediante sus propias armas, llevando mercancías y suministros
a las Indias, y cargamento de oro y plata a su vuelta a la metrópoli, pero ya
desde 1520, los piratas ingleses, e incluso franceses y berberiscos llegaron a
amenazar a los navíos españoles hasta el punto de que tuvieron que ordenar que los barcos de guerra, armados y equipados con
los beneficios de “la avería” navegaran protegiendo a los buques mercantes. Los
lugares donde predominaban los ataques en un primer momento eran los puertos
andaluces y ciertos puertos de las Indias[3].
La
regulación del armamento de los barcos que practicaban el comercio con las
Indias, formulaba que los barcos poseyeran armamento propio para protegerse en
caso de ataque de los piratas. Sin embargo hacia mediados del siglo XVI los
ataques piratas se convirtieron en algo sistemático, y el miedo hacia el
secuestro de navíos de la Corona Hispánica por barcos enemigos durante las
guerras de la Casa de los Austrias obligaron a cambiar los métodos de
protección nuevamente de las naves que contenían metales preciosos. Por tanto
tras esta nueva regulación los barcos mercantes empezaron a navegar en forma de
convoyes o sistema de flotas, compuesta por ocho buques y con la protección de naves de guerra, cuyos
gastos se financiaban mediante el impuesto de “la avería”, que recaía
directamente sobre los viajeros y las mercancías[4].
Por
tanto la navegación marítima española encontró sus dificultades en las
actividades de los piratas y corsarios ingleses y holandeses, que se
acrecentaron tras la rebelión de las Provincias Unidas, y que tenía lugar sobre
todo en el Canal de la Mancha, mientras que la piratería inglesa, predominaba
en la zona atlántica y mediterránea.[5]
En
un primer lugar sólo dos armadas cubrían todo el tráfico con las Indias
españolas. Anualmente salían dos convoyes, la primera flota que viajaba desde
Abril hacia la Nueva España y los galeones que salían en Agosto y que llegaban
a Panamá y a Cartagena de Indias. Ambas
flotas se reunían en la Habana y retornaban juntas, aunque esto varió con el
tiempo, ya que en 1564 se dictó una pragmática
que ordenaba que las flotas navegasen por separado.[6]
Los registros de la Casa de Contratación
demuestran que hubo varios intentos fallidos por parte de ataques piratas y de potencias enemigas, de capturas de las naves del Imperio español.
Sólo en dos años encontramos porciones significativas de estos cargamentos
arrebatadas por enemigos: en 1628 los holandeses se apoderaron de la flota que
volvía de Nueva España, y en 1656 los ingleses consiguieron arrebatar y de esta
forma impedir que llegara a España la mayor parte del oro y la plata que transportaba la flota de tierra firme. Por
tanto, de forma general los navíos equipados correctamente de hombres y
armas navegaron por las rutas
tradicionales a intervalos regulares
intentando evitar los ataques enemigos.[7]
Finalmente estas actividades corsarias se
fueron incrementando, y esto obligó a aumentar la protección y los gastos
aumentándose a su vez “la avería”, y retrasando la salida de flotas: cada dos
años salía una flota hacia Nueva España, y cada tres hacia tierra firme.
La
piratería y el corso se trasladaron a
las Indias pertenecientes a la Corona Hispánica tras su descubrimiento, por
tres razones principales: las grandes riquezas en oro y plata que se descubrían
en ese lugar, el intento de mejora de las condiciones económicas que tenían en
Europa, y la debilidad del Imperio Ultramarino español. La primera era la causa
que más atraía a los piratas ingleses y también franceses, carentes de riqueza
que veían en las Indias una oportunidad de mejorar, ya que las noticias que
llegaban de ese lugar lo presentaban como una zona inmensamente rica donde el
oro y la plata eran muy fáciles de conseguir. Estos piratas advertían cómo los
españoles traían sus navíos cargados de
tesoros y riquezas procedentes de esas tierras y decidieron participar en esta
empresa.[8]
La
piratería se nutrió de desheredados que querían mejor sus condiciones
económicas y de vida, buscando tesoros,
libertad religiosa y aventuras. Debido al crecimiento demográfico también se
produjo un incremento de desheredados que no aportaban al estado nada, por lo
que muchos gobiernos decidieron lanzarles al mar, para conseguir riqueza
procedente de las posesiones de españoles y portugueses[9].
Los
piratas ingleses irrumpieron en el mar a partir de la aparición del aluvión de
la plata y la organización del sistema de flotas. Aunque hubo presencia
anterior, vemos una consolidación en los años sesenta del siglo XVI. En 1560,
un buque mandado por Edward Cook
conquistó un navío que procedía de las Indias. Al año siguiente cinco naves inglesas salieron de las islas
Madeira, al encuentro de la primera flota de la plata, siendo capturados por
los buques de escolta[10].
En 1562 llegó John Hawkins a las Indias atraído por la gran riqueza americana,
organizando una expedición de tres buques (el Salomón, el seallow, y el Jonás)
y unos cien hombres. Esta expedición contenía unos trescientos esclavos que
apresó en un barco negrero portugués en la zona de Guinea[11]. Convertido en negrero cruzó el océano y llegó
a la Isla de la Española donde hizo riqueza vendiendo a los esclavos. A su
regreso a Londres, la reina Isabel I, interesada en fundar colonias en el
Caribe acogió la idea del pirata de volver a América y hacer negocio con los
esclavos, ofreciéndole un buque real (el Jesus of lubeck). Esta expedición estuvo
financiada incluso por nobles ingleses. La flota estaba organizada por cuatro
buques (el ya mencionado, el Salomón, el Tiger y el Swalow), con alrededor de
150 hombres. Hizo la misma ruta que la anterior zarpó de Inglaterra hasta
Tenerife y de allí partió a Guinea para cargar los barcos de negros robados a
los buques portugueses (alrededor de 400 hombres). Esta vez llegó a las islas de Margarita y a la
dominicana. Allí demandó la posibilidad de vender a los esclavos y en caso de
rechazo español, justificaba la guerra, entendida como justa. Mediante amenazas
consiguió vender 151 esclavos, y consiguió otros productos como cuero, y
animales. Este procedimiento lo repitió en varios lugares, llegando a disparar
con cañones la ciudad de Santa Marta. Intentó navegar por al mar pretendiendo
encontrarse con la flota de Indias, que era su verdadero objetivo, aunque no lo
consiguió. La llegada a Londres fue gloriosa, ya que las ganancias gracias al contrabando
fueron espléndidas, e incluso la Reina Isabel le nombró caballero.[12]
Tras
esta expedición hubo más a cargo de un discípulo llamado Lowell, donde tan bien
viajaba Francis Drake. Siguieron las mismas líneas establecidas por su maestro,
y tras embarcar a esclavos negros en Guinea, tomaron rumbo a las Indias, donde saquearon diversos lugares pidiendo cuero y otros
productos a cambio de negros esclavos, siguiendo el procedimiento de amenazas[13]. p
77-78.
Después
de esta expedición tuvo lugar la tercera expedición de Hawkins en 1567,
financiada por la Reina Isabel, que se convirtió en el llamado desastre de
Veracruz. Esta expedición contaba con dos galeones de la armada bien dotados en armas, y cuatro navíos. A bordo
de ellos iban alrededor de mil hombres. Llegaron a Guinea donde capturaron
esclavos, hasta 450, siguiendo el mismo procedimiento. Arribaron en Dominicana,
y pidieron a las autoridades de la Corona Hispánica poder abastecer sus navíos.
El alcalde no pudo resistirse accediendo al intercambio de productos[14]. Navegaron
por otras zonas donde vendían negros, ante la mirada de los españoles que
sabían que no podían hacer nada frente a la Armada inglesa, hasta que tras un
secuestro de flotas españolas por parte de Hawkins, propició la batalla donde los
españoles apresaron algunos navíos y a un número elevado de ingleses,
entregándoles a la Inquisición. Hawkins consiguió retornar a Inglaterra, y
mandado por la reina, tuvo la tarea de modernizar la Armada inglesa[15]. Tras
estos hechos se cambió la técnica de contrabando inglés.
De
esta forma comenzó otra etapa que se desarrolló entre 1569 y 1621. Entre estos
años se produce el auge de la piratería financiada por los estados. Durante este
período las posesiones españolas sufrieron el acoso de los piratas ingleses y
holandeses, financiados los primeros por la monarquía inglesa, y los segundos
por un gobierno rebelde que deseaba independizarse de la Corona española. La
monarquía inglesa expedía las patentes de Corso para atacar los lugares
americanos, mientras que los holandeses también actuaban por medio de las
patentes de Inglaterra. La etapa en la que los lugares españoles fueron más atacados,
se corresponde entre 1588 cuando estalla la guerra entre España e Inglaterra, hasta
1604 cuando se reconoce la paz, y en el
caso de Holanda a partir de 1621, momento en que se crea la Compañía de las
Indias Occidentales[16].
Estos
nuevos corsarios siguieron las líneas de los antiguos piratas de América, pero
con algunas singularidades. Sus ataques se extendieron por toda la costa
americana, incluido el Océano Pacífico, atacando las ciudades más importantes
de la América española desde el punto de vista comercial, además los
rendimientos fueron más elevados y las ocupaciones de las ciudades más
prolongadas. Estos corsarios estaban
respaldados por sus gobiernos, por la burguesía mercantil, e incluso por la
clase nobiliaria, que ponían dinero en estas empresas. Estos corsarios estaban ampliamente
reconocidos en sus estados, y además obligaron a los españoles a fortificar las
plazas americanas debido a sus ataques[17].
Estos
nuevos corsarios poseían mejores barcos con mayor capacidad ofensiva a causa de
las inversiones ya citadas, además se organizó una gran disciplina entre la
tripulación, también intentaron asentar el derecho a practicar el comercio
libre, que era considerado contrabando por parte de los españoles, y finalmente
mostraron un fervor religioso contra todo lo que se consideraba posesiones del papa[18].
Tras
el desastre de Veracruz, el orgullo inglés había sido atacado y tras el inicio
de la guerra con Felipe II, la reina actuó en el mar por medio de los llamados
perros del mar. Esta política fue muy eficaz debilitando el comercio español, y
haciendo que sus posesiones americanas se tambalearan hacia 1590. Esta gran
eficacia tiene relación con la hegemonía naval inglesa y con la modernización
de los buques ingleses[19].
Estos
52 años de piratería inglesa, se perpetraron bajo los reinados de la reina
Isabel, y de Jacobo I, y tuvieron como modelo a Francis Drake[20]. Entre
las empresas más exitosas de Drake, destacan la campaña de 1572, cuando en Panamá intentó apoderarse de la plata que
provenía del Perú. Aunque falló en este intento, consiguió seguir navegando por
la zona, y hacerse aliado de unos enemigos de los españoles, los llamados
cimarrones. Tras algunos intentos fallidos de hacerse con el valioso metal,
finalmente con la ayuda de los hugonotes consiguieron obtener un botín de
plata. Pero su gran expedición llegaría en 1577, cuando llegó al Pacífico. Esta
vez Drake partió como un auténtico perro del mar, con las bendiciones de la
reina, y la patente de corso, además de cuatro barcos. Su plan era cruzar el estrecho de Magallanes consiguiendo buques, productos, sembrando el
terror en las ciudades americanas, y de hecho lo consiguió. A su vuelta, fue
recibido con honores, y la reina propagó que había sido el primer comandante
que había dado la vuelta al mundo[21].
En 1585 Drake volvió al Caribe por encargo de la reina que quería hostigar las
posesiones americanas de Felipe II. Drake comenzó su ruta saqueando lugares de
la costa gallega, para llegar a las costas de las Islas Canarias, y de esta
forma llegar a los territorios americanos saqueándolas y sembrando el terror[22].
Durante
la guerra con España después del acontecimiento de la Armada Invencible, los
buques ingleses golpearon sistemáticamente las plazas indianas.[23].
Esta gran actividad prosiguió hasta los primeros años del siglo XVII cuando las
actividades corsarias se fueron desvaneciendo hasta la firma de paz entre España e Inglaterra que pusieron un punto y final a
esos ataques sistemáticos por parte de los piratas ingleses[24].
A pesar
de estos hechos relatados, los españoles y los piratas ingleses tuvieron que
convivir durante casi cien años ya que ninguno de los dos podía acabar con su
enemigo[25].
En
cuanto a Holanda, la piratería surgió a
raíz de que Felipe II, en 1585 embargara
en Portugal cien mercantes holandeses
que habían acudido allí a cargar sal. Felipe II intentó asfixiar la economía de
los Países Bajos, para de esta forma acabar con la sublevación. Pero estos
comerciantes buscaron una solución, y esta era buscar las salinas en América. De
esta forma comenzó la piratería holandesa, que tendría su esplendor y
consolidación en el siglo XVII[26]
perfeccionando y modernizando los buques y la técnica naval.
Durante
la Tregua de los doce años las incursiones holandesas piratas cesaron en gran
medida, pero se incrementaron con la Compañía de las Indias Occidentales creada
en 1621, tras la finalización de la Tregua[27]. Esta
Compañía dejó recaer su éxito en la capacidad de expoliar las posesiones
americanas españolas, y portuguesas y lo consiguió hasta 1674, cuando fue
liquidada.[28]
Bibliografía.
GONZÁLEZ
ENCISO, Agustín, Historia Económica de la
España Moderna, Madrid, Actas, 1999.
HAMILTON,
Earl, El tesoro americano y la revolución
de los precios en España, 1501-1650, Barcelona, Ariel, 1983.
LUCENA,
Manuel, Piratas, corsarios, bucaneros y
filibusteros, Madrid, Síntesis S.A., 2010.
[3] HAMILTON, Earl, El tesoro americano y la revolución de los
precios en España, 1501-1650, Barcelona, Ariel, 1983, pp. 30-31.
[6] GONZÁLEZ
ENCISO, Agustín, Opus Cit., p. 61.
[8]
LUCENA,
Manuel, Piratas, corsarios, bucaneros y
filibusteros, Madrid, Síntesis S.A., 2010, p. 21.
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