Desde mediados
del siglo XVI, la llegada de los metales americanos supuso para el Impero
Hispánico un efecto de subida de precios nunca antes sufrido hasta entonces,
con unas subidas del 2 – 3% anual (algo muy elevado para la época). Es lo que
se ha venido a conocer posteriormente en la historiografía como la “Revolución
de los precios”. Este fenómeno abarcó poco menos de un siglo, acabando en torno
a 1630, de la mano de la caída en esa llegada de metales americanos (prueba de
ello es el agotamiento en los filones de plata de Potosí, por ejemplo).
Pero el
problema que nos ocupa, el de ese período de tiempo que hemos fechado
aproximadamente entre 1550 y 1630, no es otro que todas aquellas dificultades a
las que tuvo que hacer frente la Monarquía Hispánica con respecto a esos
metales americanos. Lógicamente, y como es de esperar, el primer problema surge
con la llegada de esa plata y ese oro a la Península Ibérica pero ¿Acaso
llegaba todo? En efecto no, y la explicación de este hecho es la siguiente. Con
el monopolio del comercio con las colonias americanas en manos de España, toda
la producción de metales debería de llegar, pero lo hacía ya no sólo en forma
de impuestos y derechos sobre las explotaciones americanas, sino también como
forma de pago de los colonos americanos a cambio de manufacturas, pero la
demanda de manufacturas era tan elevada que el Imperio Hispánico no pudo
hacerle frente, por lo que esos pobladores americanos de origen europeo
comenzaron a cubrir esas demandas con manufacturas procedentes de otros Estados
europeos, por lo que parte de esos metales se desvió hacia sus arcas. Tal es el
caso de ciudades como Ámsterdam, Florencia, Milán o Lyon.
Pero la
situación de crisis de la Monarquía Hispánica no sólo no mejoró sino que con el
estallido del conflicto en los Países Bajos en 1568, con los gastos en materia
bélica que ello conllevaba, hizo que Felipe II no dudara en endeudarse con
banqueros de todo el continente, con tal de recaudar los fondos necesarios para
pagar a la soldadesca. Tal es el caso de bancos como los de los Fugger en
Alemania o los Díaz en Portugal, pero no sólo fueron ellos, sino que personajes
de origen genovés como los Doria, Spínola y Centurione no dudaron en adelantar
parte de esos fondos al monarca, a cambio de recibir en compensación un
porcentaje de esos metales americanos que llegaban a la Península Ibérica. Como
muestra de esta situación, podemos presentar datos como el hecho de que el 80%
de los impuestos estuvieran hipotecados en 1609, o que tan sólo diez años más
tarde la situación llegase al 100%.
Por todo ello,
no fueron pocas las veces en que los monarcas españoles no dudaron en
declararse en bancarrota, una hábil estrategia económica dentro de su
desgracia, pues les permitía renegociar los tipos de interés de los préstamos y
poder alargar un poco más su pago en un momento histórico en que la política
belicista exterior se hizo cada vez más costosa. Pero son bancarrotas que, a
pesar de ese efecto que podríamos calificar como “positivo” (y recalcando el
entrecomillado) para la financiación de los monarcas afectaban enormemente a la
economía europea, en un momento además en el que la moneda, sobre todo la
fraccionaria, se iba envileciendo cada vez más en las posesiones de los
Habsburgo a lo largo y ancho del continente europeo (desde la Península Ibérica
hasta posesiones italianas como el Milanesado, pasando por el Sacro Imperio).
Vemos por
tanto como es un momento de importantísima crisis que afectará únicamente a los
territorios bajo la corona de los Habsburgo, que poco a poco hundía su
economía, algo que contrastaba con el gran momento de desarrollo de la política
económica de otras naciones, que ganaba en liquidez con el metal americano (esa
cantidad que les llegaba y que he mencionado al principio de la entrada), además
de ir desarrollando unas técnicas financieras muy superiores al atraso español
(como el caso de la aparición de las primeras Bolsas en Holanda). Pero no sólo
eso sino que las propias monarquías de otras naciones como Holanda e Inglaterra
gozaron además de unos tipos muy bajos de interés en su deuda (4 – 6%), lo que
les permitió una mejor financiación. Como ya hemos mencionado, Holanda e
Inglaterra se situarán a la cabeza gracias a ese sistema financiero, pero no
debemos olvidar que el fin de la hegemonía política y comercial hispánica en
este período favoreció la prosperidad de otros estados como Francia o la
Serenísima República de Venecia.
DI VITTORIO, Antonio, Historia Económica de Europa siglos XV - XX. Editorial Crítica, Barcelona, 2003, pp. 97 - 98.
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