La
Edad Dorada de los Países Bajos fue la época del capitalismo mercantil. Duró
desde finales del siglo XVI hasta mediados del XVIII. Cuando Inglaterra expulsó
a los holandeses y Londres pasó a ocupar el papel de centro mundial, esto fue
en sus comienzos, una lucha sobre los mismos campos y con las mismas armas.
Ambos luchaban por el dominio y control de los mares y del comercio
intermediario.[1]
Londres
siempre había sido por su localización, el competidor natural de Amsterdam. El
Acta de Navegación decretada por el Parlamento inglés en 1651 para entorpecer
el comercio holandés podía suponer en un principio los primeros pasos hacia el
éxito. Para hacer realidad la idea de llevar sólo en barcos suyos todas las
mercancías importadas a la isla, los ingleses hubieran necesitado una flota
mercantil de mayores dimensiones y unas relaciones comerciales más influyentes.
El
Acta de Navegación seguía la tradición de la “splendid insolation” económica
del imperio insular, establecida en la segunda mitad del siglo XVI con la
expulsión de los comerciantes italianos y hanseáticos y con la fundación de una
serie de compañías inglesas de ultramar bajo monopolio real. Esta política
económica de los Tudor y los Estuardo estaba muy en consonancia con el peculiar
desarrollo político del absolutismo inglés, tal y como fue introducido por
Enrique VIII con la Reforma desde arriba. Dicha política no pudo quebrar y este
dominio siguió desplegándose.
La
situación cambió principalmente con el establecimiento de la Monarquía
constitucional, como consecuencia de las revoluciones de entre los años 1641 y
1688, que condujeron a Inglaterra hasta la cima del sistema económico europeo.
A los intereses económicos de los burgueses se les concedió ahora el mismo peso
que en los Países Bajos Unidos. Se sucedieron las transformaciones en todos los
campos de la vida económica.
Se
realizó una revolución en la agricultura al desposeer del poder a la vieja
aristocracia y derribar las últimas barreras feudales que habían obstaculizado
el camino hacia una economía orientada por el mercado, basada en el trabajo
asalariado libre y en relaciones capitalistas de arrendamiento. Los grandes
propietarios y los campesinos acomodados pudieron imponer sus intereses con los
cercados, mientras que los propietarios pequeños perdieron el uso de bosques y
pastos, que dejaron de ser propiedad comunal. Fueron separados los pastos de
las tierras de labranza y se abandonó el sistema de rotación con barbechos,
haciendo posible así el uso de abono y el cambio de cultivos. El campesino o
pequeño arrendatario era como el señor que propiciaba la construcción de
canales para llevar sus productos de manera más rentable a Londres, o construía
molinos y minas para conseguir con ellos beneficios mayores que con la carne,
el grano, o la lana. [2]
Los
comerciantes ingleses hicieron esfuerzos por captar el tráfico comercial
fundando una compañía para explorar el paso del nordeste y comerciar
directamente con Rusia, llegando a frecuentar el puerto de Arkángel. Pero el
centro de este comercio siguió siendo Amsterdam, que destronó a Amberes, como
ésta había suplantado a Brujas. La lucha entre ingleses y holandeses a mediados
del siglo XVII por el Acta de Navegación es el ejemplo más típico de una guerra
por motivos puramente económicos en una época en que no se habían extinguido los
ecos de las guerras de religión. [3]
Las
compañías fundadas en Inglaterra y Holanda a principios del siglo XVII,
imitadas en Francia por Colbert, tuvieron éxito diverso. La compañía inglesa
trató de imitar a la Compañía holandesa de las Indias Orientales. Sus fines
eran idénticos y se efectuó por la integración de varias compañías menores
federadas y tuvo una dirección colegiada, los famosos Heeren XVII (los 17
señores). Desde el principio la Compañía
estuvo íntimamente ligada al Estado holandés.
La
época del mercantilismo europeo (1500-1750), se ve protagonizada por diversos
conflictos internacionales como las conocidas guerras entre Inglaterra y
Holanda en el siglo XVII y entre Inglaterra y España durante la primera mitad
del XVIII, sobre todo por causas de tipo comercial. [4]
Antes
del siglo XVIII, en Inglaterra se afirmó una tendencia en alza de la producción
comercial, al contrario que el resto de países que entre 1620 y 1650, tras
alcanzar un máximo, en los cuarenta años siguientes los precios del grano
mostraron una tendencia estacionaria o a la baja.[5]
El
sistema comercial se fue implantando en muchas de las grandes ciudades del
noroeste de Europa y crecían cada vez con mayor rapidez, a un ritmo que durante
el siglo XVII se fue realmente acelerando. Londres se convirtió en centro de un
creciente comercio de reexportaciones al continente.
Con
el siglo XVIII el comercio europeo cambió de carácter en ciertos aspectos
vitales. Geográficamente, el centro de gravedad económico se trasladó al otro
lado del Canal. Al mismo tiempo, las actividades de comercio con las colonias
se expansionaron rápidamente. Mientras que hasta el final del siglo XVII el
tráfico interior de los mares europeos constituyó todavía la parte mayor del
comercio europeo, en el siguiente período la expansión de los comercios extra europeos
se hizo realmente destacada, en especial en los años siguientes al tratado de
Utrecht y particularmente en el comercio exterior británico. El proceso llevo
consigo un abaratamiento de los productos coloniales, cuyos precios
descendieron hasta un nivel al que quedó garantizada una demanda continua. [6]
Como
consecuencia, el desarrollo del comercio convirtió a ciudades como Londres en
focos muy avanzados y desarrollados. Se convirtió en la mayor ciudad de todas, llegando
a tener al final del período más de medio millón de habitantes. No cabía
ninguna duda de que el dinamismo de ciudades como Londres estaba íntimamente
ligado a su comercio.[7]
Hay
que saber que la legislación agraria proteccionista existente en Inglaterra
después de que en 1660 se manifiestara en elementos tales como subvenciones a
la exportación, fomenta un comercio de exportación de grano que continúa hasta
mediados del siglo XVIII.
En
el siglo XVII los suministros “atlánticos” tuvieron un predominio total con
Holanda e Inglaterra como principales importadoras.[8]
Durante la segunda mitad del siglo XVII Inglaterra volvió a convertirse de
nuevo en nación exportadora de grano, y una proporción sustancial de las
exportaciones inglesas se dirigió a las grandes lonjas de cereales del otro
lado del Canal.[9]
El
comercio de la pimienta en el siglo XVII se caracterizó por una encarnizada
competencia, especialmente entre las compañías holandesas e inglesa.
Inglaterra
será la que asuma el dinámico papel de la construcción de una economía
atlántica.[10]
Se vio afectada por la fuerte crisis económica europea de comienzos del siglo
XVII. Su comercio consistía casi solamente en la exportación de paños en los
cambios bilaterales con los mercados holandeses y bálticos. Además, este
comercio estaba en gran parte en manos de comerciantes organizados en compañías
reglamentadas monopolistas. La corona inglesa sancionaba tales monopolios
porque suponían una conveniente fuente de ingresos para el tesoro. Pero era más importante la idea de que las
compañías reglamentadas podían ejercer una benéfica influencia sobre las
condiciones comerciales a las que se enfrentaran los comerciantes ingleses. En
un mundo que no esperaba crecimientos a largo plazo de los mercados
extranjeros, se cifraban las esperanzas de beneficio comercial en la capacidad
de controlar sus mercados: es decir, de cambiar sus productos en las
condiciones más favorables posibles.
Este
sistema comercial monopolístico y estático resultaba conforme se evaporaban los
mercados tradicionales, cada vez más inapropiado para las necesidades inglesas.
El renacimiento de su economía exigió la reestructuración de su industria
textil, como ya hemos visto. Y esto iba unido a la reorientación de sus
conexiones comerciales. El momento clave de la importancia internacional de la
economía inglesa puede encontrarse en el éxito de los comerciantes ingleses en
abrir los mercados de la Península Ibérica y del Mediterráneo a las new draperies. Si bien tenían menos
experiencia en el comercio internacional que sus rivales, podían compensar esto
con las ventajas de costo de su industria textil.
La
política comercial del gobierno, al esforzarse constantemente en asegurar los
bajos costos de la lana y al defender a sus comerciantes con sucesivas elaboraciones
de las Actas de Navegación, crearon una atmósfera en la que el comercio inglés
consiguió remontar el vuelo.
Las
actividades coloniales dieron entonces una nueva dimensión a lo que había sido
principalmente un comercio de venta de textiles y de compra de mercancías.
Cuando los productos coloniales como el azúcar y el tabaco se derramaron sobre
los puertos ingleses (por exigencia de las Actas de Navegación) su
procesamiento y re-exportación inglés.
Las
industrias pesqueras de Terranova y Groenlandia (cuyas capturas se vendían en
el Mediterráneo católico) pueden ser consideradas en este comercio colonial.
Estos comercios aumentaron explosivamente hasta 1689 haciendo que la marina
mercante inglesa casi se doblara en un espacio de treinta años (aunque se creía
que un tercio de ella había sido construida por los holandeses), y atrayendo
hacia sí una masa sin precedentes de capital especulativo hasta el South Sea
Bubble de 1720.
La
Guerra de la Liga Augsburgo (1688-97) y la Guerra de Sucesión Española (1702-13)
retardaron el crecimiento del comercio inglés, pero al finalizar éstas el
sistema comercial inglés había cambiado sus características fundamentales. Las
compañías reglamentadas se desmoronaron; en el comercio europeo prevaleció una
situación más competitiva. Ahora los paños de lana representaban la mitad del
total de las exportaciones solamente, en tanto que un amplio surtido de
mercancías de hierro y de re-exportaciones coloniales suponía en este momento
los sectores comerciales con mayor expansión; los comerciantes ingleses
operaban en una red comercial que se extendía cada vez más hacia Norteamérica,
las Antillas, África y la India. Guiados por un gobierno agresivo y amparado
por una legislación proteccionista, consiguieron hacer de Londres un verdadero
emporio comercial.[11]
El
sistema comercial basado en Amsterdam que se crea a principios del siglo XVII
da lugar a finales de siglo a un sistema comercial policéntrico. Londres
dominaba el sistema, pero a causa de la mayor complejidad de los sistemas de
pago y del crecimiento del volumen del comercio, otros centros competirán en
ciertos sectores con su liderazgo.
Surgió
un nuevo sistema colonial en el siglo XVII que reemplazó al método extractivo
de las potencias de la Península Ibérica. En este proceso participaron
holandeses, franceses e ingleses, pero como ningún otro, los ingleses tuvieron
éxito en reorientar su economía en el sentido de los tráficos comerciales
extra-europeos.
Como
el despegue de la economía inglesa se produjo en las décadas de la segunda
mitad del siglo XVIII, muchas veces los historiadores han supuesto que existe
un lazo causal entre el comercio colonial inglés y la Revolución Industrial,
aunque no existe ninguna duda de que el impacto de los comercios coloniales
sobre la economía europea fue profundo. Esto podría ser el caldo de cultivo
para comprender la transformación industrial del período existente entre
1750-1850.[12]
Inglaterra,
que a comienzos del siglo XVII tenía que importar grano en los años de mala
cosecha, se convirtió en exportadora de productos agrícolas. Durante la primera
década del siglo XVIII, las exportaciones de cereales superaron por primera vez
las de la zona del Báltico. El centro de la economía mundial europea se había
liberado de la dependencia en los suministros de la periferia.[13]
Como
consecuencia de todo esto, descendieron los precios de los alimentos, igual que
la proporción de la población que trabajaba en la agricultura. Las
transformaciones que se dieron en la agricultura estimularon la urbanización de
la sociedad ya que aumentaban sus ingresos que se podían asignar a los bienes
manufacturados y las prestaciones de servicios.
Las
manufacturas se expandieron del mismo modo sobre todo en las tierras llanas,
donde la agricultura no daba ya ocupación a todos los habitantes, a la vez que
crecía la demanda de productos manufacturados. El mercado interno era la fuerza
y la carta de triunfo de Inglaterra en su competencia con los Países Bajos
Unidos, más pequeños y menos poblados. Inglaterra no se orientaba en la misma
medida al comercio intermediario. El comercio con el Nuevo Mundo se benefició
del consumo creciente de azúcar, café, té, tabaco y ron. La importación de
tabaco y café descendió en el transcurso del siglo XVIII, pero no por la
moderación de los consumidores, sino porque el cultivo del tabaco fue rentable
en la propia Inglaterra y el café fue desplazado por el té. La Compañía de las
Indias Orientales británica supo movilizar la política de impuestos del
Gobierno a favor de sus intereses comerciales.[14]
El
consumo de estimulantes se extendió en las ciudades grandes, lo que es
seguramente una muestra de un ingreso creciente. Esto da lugar a una
modernización de los usos alimenticios, de lo cual Inglaterra fue pionera en el
viejo continente. El tabaco y el té dieron lugar a mayores beneficios que los
obtenidos con el comercio de las especias.
Las
exportaciones se desarrollaron con más ímpetu aún que las importaciones. Del
mismo modo que Inglaterra había pasado de ser importadora en agricultura a suministrar
cereales, así sucedió también en el sector manufacturero, sobre todo en el de
la industria textil. La lana de vello largo de las ovejas inglesas fue pronto
la base de tejidos finos. La lana era su principal exportación, llegando a
controlar el 60% de total a comienzos del siglo XVI, el 80% en 1550 y hasta
quizás más en el siglo XVII. [15] La
fabricación de estampados de algodón pasó rápidamente a ser durante el siglo
XVIII el segundo puntual de las exportaciones inglesas y se convirtió en el
campo de las transformaciones tecnológicas de la Revolución industrial.
Durante
las primeras seis décadas del siglo XVIII creció un 50% la producción
manufacturera de toda Inglaterra, mientras que la exportación aumentó hasta un
222%, es decir, más del doble. La época posterior se encuentra bajo el signo de
la revolución y muestra un crecimiento mucho más destacado.
Londres
era el centro del mercado interior inglés, lo que algunos llamarían “mercado
nacional”. La capital de la Inglaterra isabelina había competido con París por
la primera posición entre las ciudades de Europa. Alcanzó rápidamente esta
posición en la época de la revolución y de las guerras civiles de la segunda
mitad del siglo XVII y permaneció durante dos siglos como la metrópoli
económica europea.
Era
en Londres donde se consumían los excedentes agrícolas de todo el país y los
productos de sus industrias marcaban la pauta en el Edimburgo escocés y el
Dublín irlandés. Londres era el centro del lujo y de la moda.
Aún
así, en el siglo XVIII, Londres sufrió una epidemia de alcoholismo que diezmó
su población. Esto dio lugar a una elevada mortalidad entre 1650 y 1775 pero consiguió
despegar y seguir creciendo.
Londres
se convertía así en el corazón del sistema circulatorio del comercio
internacional. Contribuyeron para ello los grandes flujos de capital que
llevaron a mover de manera regular la Bolsa de Londres desde los bolsillos de
los acomodados terratenientes, arrendatarios, empresarios manufactureros,
comerciantes y artesanos moviendo las sociedades mercantiles.
La
fuerza del capitalismo británico era inagotable y nunca se vio entorpecido por
las guerras que se sucedían constantemente tanto por mar como por tierra. Los
ingleses vencieron en esas guerras a sus dos grandes rivales: Holanda y
Francia, a la vez que se hacían con los astilleros más eficientes y con las
flotas mercantil y de guerra más fuertes del mundo.[16]
Los
ingleses consiguieron lo que hasta ahora no habían podido lograr los
portugueses, españoles y holandeses, es decir, dominar el mundo comercial con
un imperio colonial a la vez. Con el asentamiento de extensas regiones de
Norteamérica se les amplió un enorme territorio que no sólo suministraba
materia prima y productos agrícolas, sino que era también un mercado
desarrollado que duplicaba la economía de la propia Inglaterra.
Por
otro lado, en 1773 el empleo del Acta de Navegación en contra de los comerciantes
y ciudadanos de la colonia condujo a los tumultos por el té de Boston y a la
fundación de los Estados Unidos tras la guerra de independencia. Aún así, esto
no fue el final del papel dominante en Inglaterra en la economía mundial, lo
que se explica no en los acontecimientos de la Edad Moderna, si no en el curso
de la Revolución Industrial que comenzaba a brotar.[17]
Adriana Blázquiz González
BIBLIOGRAFÍA
SCHULTZ, Helga, Historia Económica de Europa, 1500-1800:
Artesanos, mercaderes y Banqueros,
Madrid, Siglo XXI, 2001.
WILSON, Charles y PARKER,
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Barcelona, Vicens Vives, 1983.
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DE
VRIES, Jan, La economía de Europa en un
periodo de crisis: 1600-1750, Madrid, Cátedra, 1982.
[1] SCHULTZ, Helga,
Historia Económica de Europa, 1500-1800:
Artesanos, mercaderes y Banqueros,
Madrid, Siglo XXI, 2001, p.29.
[2] Ibídem, p.30.
[3] DOMÍNGUEZ
ORTIZ, Antonio, Historia universal. Edad
Moderna, Barcelona, Vicens Vives, 1983, p. 359.
[4] CIPOLLA, Carlo
M., Historia económica de Europa (2).
Siglos XVI y XVII, Madrid, Ariel Historia, 1981, p.333.
[5] Ibídem, p. 336.
[6] Ibídem, p. 337
[7] Ibídem, p. 338
[8] CIPOLLA, Carlo
M., Opus Cit, p.372.
[9] Ibídem, p.361.
[10] DE VRIES, Jan, La economía de Europa en un periodo de
crisis: 1600-1750, Madrid, Cátedra, 1982, p.124.
[11] DE VRIES, Jan, Opus cit., p.134.
[12] Ibídem, p. 136.
[13] SCHULTZ, Helga,
Opus cit., p.31.
[14] SCHULTZ, Helga,
Opus cit., p. 32.
[15] WILSON, Charles
y PARKER, Geoffrey, Una introducción a
las fuentes de la historia económica europea. 1500-1800, Madrid, Siglo XXI,
1985, p. 153.
[16] SCHULTZ, Helga,
Opus cit., p.33.
[17] Ibídem, p.34.
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