A partir del
siglo XVIII se va a producir una serie de cambios que combinan factores tanto
ideológicos como económicos y sociales que van a permitir explicar la
progresiva modificación en los hábitos de consumo hacia las prácticas propias
de la sociedad burguesa del siglo XIX y que queda especialmente patente en el
caso de la ropa femenina.
Este proceso
puede verse claramente en el caso de Londres y París.
En Londres,
estos cambios en los gustos del vestir van a ser estimulados por los anuncios en revistas como Lady’s Magazine, escondiendo tras de sí
tanto factores ideológicos derivados de la mentalidad burguesa en auge, como factores
económicos que favorecían esta tendencia a través de la actividad de los
denominados manchester man y scotch drapers, vendedores ambulantes que llevaban
los productos industriales urbanos a áreas cada vez más alejadas, contribuyendo
a su propagación, a la vez que estimularon la generalización de los métodos de
crédito y el pago a plazos.
En París,
también se produjo una combinación de ambos factores que dio paso a que fuese
denominada como la cuna de la “civilización del lujo” a fines del siglo XVIII a
consecuencia de la conocida “revolución de lino” y a los factores ideológicos
presentes en los prolegómenos de la Revolución Francesa a partir del espíritu
ilustrado y el reforzamiento de valores como individualidad o privacidad que
derivó en una mentalidad burguesa que, debido al gran valor que daba a las
apariencias y a la separación entre espacio público y privado a consecuencia de
la creciente importancia de este último, modificó las relaciones afectivas
entre los hombres y los objetos materiales.
No obstante, en el
caso de Castilla, la situación fue mucho más contradictoria puesto que, si bien
es cierto que también se puede apreciar esta tendencia, va a ser de una forma
mucho menos acentuada, al mismo tiempo que va a tener que convivir con una
fuerte actitud de resistencia muy crítica a estos gastos al considerarlos
totalmente superfluos.
Además, esta
negativa a la importación de las costumbres francesas en lo referente al
consumo en vestimenta femenina no sólo se va a producir desde una perspectiva
económica, tanto desde posicionamientos de arbitristas, que ya hicieron oír sus
críticas desde el siglo XVI, como desde
las leyes, que durante el periodo borbónico van a intentar frenar el gusto
femenino por el lujo. Este rechazo cuenta con una dimensión crítica mucho más
profunda al ser entendido como una forma de perversión moral, que auspició su condena
por parte de moralistas y clérigos, o incluso como una pérdida de los valores
patrios a consecuencia de la importancia del atuendo símbolo de la
idiosincrasia típicamente española, otorgándole una connotación política que
provocó que en Cádiz en 1810 algunos sectores reivindicaran la vuelta al modo
de vestir castizo frente a las modas francesas a consecuencia de esta dimensión
ideológica que la forma de vestir traía consigo.
Fragmento de la obra de Ramón de la Cruz El Hospital de la Moda en la que hace una crítica en forma de sátira al gusto por las modas francesas
Sin embargo, aún
con estas resistencias y a pesar de que va a ser un proceso mucho más tardío
que en el caso de las otras dos ciudades europeas, si se puede apreciar un
cambio en los hábitos de consumo que se va fortaleciendo a medida que se acerca
el periodo liberal y burgués y que queda muy bien reflejado en el estudio de
las dotes matrimoniales a consecuencia de la combinación de una serie de
factores sociales y económicos y en la que la importancia de la apariencia
exterior como reflejo de estatus social va a contar con un papel crucial. En el
caso europeo este símbolo de estatus social a partir de la capacidad de consumo
va a quedar especialmente reflejado en el acondicionamiento interior de las
viviendas y en la vestimenta. Sin embargo, en España, debido a que la
vinculación entre vivienda y espacio privado va a ser más lenta y tardía,
durante el siglo XVIII va a ser el segundo de estos elementos el que adquiera
un mayor valor simbólico y prestigio social, especialmente en el caso de las
mujeres, puesto que su apariencia era el principal símbolo externo que les
permitía poner de manifiesto su rango social.
De esta forma, a
través del estudio de Máximo García Fernández sobre las dotes matrimoniales en
Valladolid en el siglo XVIII, se puede apreciar que junto a la presencia de
elementos imprescindibles, a mitad del siglo XVIII se puede percibir también un
aumento de la importancia de elementos en relación con la comodidad cotidiana,
vinculados a la moda y el consumo. No
obstante, no se trató de una tendencia homogeneizada ni generalizada. Se trató
de una tendencia que vino fuertemente condicionada por las posibilidades
económicas y la dicotomía entre espacios rurales y urbanos, de forma que fue en
las ciudades y en grupos con rentas más elevadas donde primero se manifestó
este fenómeno por contar con un mayor nivel de rentas y por tener mayores
facilidades para entrar en contacto con las prácticas de consumo francesas.
Así, a partir de
un estudio comparativo atendiendo al nivel de rentas, se puede apreciar que
cuanto mayor es la dote menor es el gasto relativo realizado en el ajuar de la
novia, frente a grupos populares y agrícolas donde los textiles concentran la
mayores cantidades en una dinámica que viene favorecida por el importante
desarrollo industrial que experimentó este sector y que revirtió en un descenso
de la tasación de estos productos favoreciendo a su vez la introducción de una
mayor variedad e impulsando el incremento de la demanda tanto en los espacios
rurales como urbanos, focalizándose sobre todo en la ropa de vestir.
Por tanto, la
mejora en la oferta de productos y las facilidades para su difusión y
comercialización con una consecuente retasación de los productos, mucho más
favorable, junto con los cambios en la demanda, también condicionados por las
nuevas modas, van a favorecer una transformación. El principal nicho de mercado
de estos nuevos cambios económicos se va a concentrar en los espacios urbanos entre
grupos medios con posibles deseosos de adquirir mayor estatus social e
interesados por tanto en el dinamismo que ofrecía la imitación de los hábitos
de consumo franceses. Así, se va a ir consolidando una predisposición muy
favorable a la aceptación de estas tendencias exógenas que se irá generalizando
sobre todo a partir del siglo XIX auspiciado también en una serie de avances
que van a facilitar las tareas de lavado y planchado y que van a incrementar la
calidad y variedad en los textiles para favorecer una demanda cada vez más
diversificada y creciente vinculada a la importancia del vestido como elemento
de diferenciación social.
De esta forma,
todos estos factores van a favorecer que cada vez se preste una mayor
importancia a la calidad de la ropa atendiendo a su origen, ya sea geográfico o
en relación con el fabricante, y a la valoración de los artículos nuevos y sin
estrenar, que si bien todavía no es significativo, empieza a marcar las pautas
de unos comportamientos de consumo que se mantienen hasta la actualidad.
Retrato de Boucher de la Marquesa de Pompadour ataviada con lo que típicamente se reconoce como como "vestido a la francesa"
Bibliografía:
-GARCÍA FERNÁNDEZ, M. Entre cotidianidades: vestidas
para trabajar, de visita, para rezar o de paseo festivo. Cuadernos de Historia
Moderna. [En línea]. 2009, Anejo VIII, pp. 93-117. [recuperado 11 de
noviembre de 2013].
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