Mediante
las actividades de los piratas y corsarios se intentaba burlar el monopolio
español sobre el comercio con América, incluyendo el comercio de los metales
preciosos. Estos piratas actuaban por su cuenta o para sus gobiernos, mediantes
las “patentes de corso”, que permitía la legitimación de sus actividades.
Las
actividades de estos corsarios iban dirigidas en su mayoría hacia los puertos
españoles, como el puerto de Cádiz, o bien hacia los territorios americanos
bajo la jurisdicción de la Corona Hispánica, como Cartagena de Indias, a partir
del siglo XVII aprovechando la debilidad del Imperio español.
En
cuanto al metal que llegaba a territorio hispánico, tenía como destino la Casa
de Contratación de Sevilla. Por los ataques corsarios, los barcos tuvieron que
navegar en forma de convoyes o sistema de flotas, compuesta por ocho buques,
financiados por un impuesto sobre el comercio de América, llamado “la avería”,
que recaía directamente sobre los
viajeros y las mercancías.
Anualmente
salían dos convoyes, la primera flota que viajaba desde Abril hacia la Nueva
España y los galeones que salían en Agosto y que llegaban a Panamá y a
Cartagena de Indias. Ambas flotas se reunían
en la Habana y retornaban juntas, aunque esto varió con el tiempo. Al frente de
cada flota estaba un capitán general y un almirante, y para la supervisión de
la plata se designó un funcionario especial, llamado “el maestre de la plata” que
custodiaba el metal precioso.
Finalmente estas actividades corsarias se
fueron incrementando, y esto obligó a aumentar la protección y los gastos
aumentándose a su vez “la avería”, y retrasando la salida de flotas: cada dos
años salía una flota hacia Nueva España, y cada tres hacia tierra firme.
Fuente: GONZÁLEZ ENCISO, Agustín, Historia Económica de la España Moderna,
Madrid, Actas, 1999.
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