lunes, 9 de diciembre de 2013

El aparato administrativo castellano a finales del XVII: Carlos II


La degradación del aparato administrativo castellano vino dado fundamentalmente por tres causas: el mal ejemplo que venía desde lo alto, las insuficientes retribuciones y la venta de cargos públicos. El gran contraste entre la severidad de Felipe II y el favoritismo y corrupción que los validos fomentaron y que los Austrias menores toleraron, tenía que repercutir en toda la sociedad.

La insuficiencia de las remuneraciones fue consecuencia de dos hechos: por una parte, las subidas concedidas por la administración siempre estuvieron por debajo de la inflación estructural del XVI y de la inflación en términos de vellón (agravadas por manipulaciones monetarias) del XVII. Por otra, los apuros financieros de la monarquía ocasionaron retrasos en los pagos que hoy nos parecerían inconcebibles (funcionarios sin cobrar durante meses). Como aquellos hombres tenían que vivir, abandonaban el puesto o trataban de cobrarse a costa del público por medio del cohecho, y otras formas de corrupción. La venta de cargos había agravado estos hechos porque la mayoría de los que se vendían era superfluos, inútiles, y sus titulares trataban de resarcirse por cualquier medio de las cantidades que habían entregado para obtener el título correspondiente.

Para financiar las constantes guerras del reinado anterior, no solo se crearon numerosos impuestos sino que se acudió a otros muchos recursos extraordinarios, todos ellos muy perjudiciales: alteraciones monetarias, venta de cargos, donativos “voluntarios”… En el reinado de Carlos II, la renuncia al papel hegemónico y la caída en picado del prestigio militar de la monarquía permitieron aligerar algo la carga tributaria: no se crearon más impuestos, incluso se rebajaron algunos. No se manipuló la moneda, se intentó remediar el desorden monetario por medio de la reforma de 1680.

Se renunció también a seguir vendiendo lugares de realengo. Algunos casos sueltos se dieron pero el capítulo que abrieron Carlos V y Felipe II con las secularizaciones de pueblos de obispados y órdenes militares, y que continuó Felipe IV, quedó cerrado en 1665. Se hizo un intenso uso, especialmente en los años finales de su reinado, de un arbitrio que si bien rebajaba el prestigio de la aristocracia, permitía obtener sumas apreciables para las arcas de la Corona, explotando la vanidad de los nuevos ricos vendiéndoles títulos de Castilla sin que ello les atribuyera facultades jurisdiccionales.

Las cantidades habitualmente exigidas para conceder un título de marqués o conde solían oscilar entre 22.000 y 30.000 ducados. En total entre títulos vendidos y concedidos de gracia se crearon unos doscientos, lo que significaba duplicar el censo de la aristocracia española.

En definitiva, la política financiera de Carlos II puede reducirse a un aligeramiento de las cargas tributarias por temor a posibles reacciones, que eran peligrosas para un gobierno débil. Para ello se redujeron los gastos, aunque sin basarse en criterios sólidos y racionales: se desatendían necesidades importantes y cargas de justicia, y continuaba el derroche a favor de ciertos cortesanos, aprovechando la falta de energía del monarca.

Bibliografía

DOMINGUEZ ORTIZ, A. La crisis del siglo XVII: la población, la economía, la sociedad, Espasa-Calpe, Madrid, 1999.

YUN CASALILLA, B. Marte contra Minerva: el precio del imperio español, 1450-1600, Crítica, Barcelona, 2004.

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