Luis XIV y la hegemonía francesa
en Europa.
La Francia de finales del XVII
será la representación por antonomasia de la monarquía absoluta. Luis XIV puso
especial interés en que no hubiese lugar a dudas en la imagen que él quería
transmitir a su pueblo y a los países extranjeros.
Para llevar a la práctica su
absolutismo, Luis XIV pondrá en marcha una serie de mecanismos:
- Se hace cargo con el ejercicio del poder tras la muerte de Mazarino (ministro francés) en 1661. Una vez que se hace con el poder, el hombre fuerte de su gobierno será Colbert, al que nombra ministro superintendente de finanzas, pero sin ser la figura del ministro todopoderoso como Richelieu o Mazarino. Colbert logrará un control centralizado de las finanzas estatales, no solo mediante el nuevo diseño de las instituciones administrativas, sino también con el clientelismo, donde colocará a personas cercanas a él en puesto clave de esta administración. Además el propio rey asume un papel distinto, ya que va a despachar directamente con sus ministros, tomando decisiones en la llamada vía reservada.
- Va a construir un aparato administrativo más eficaz y unas instituciones nuevas o reformadas que depende mucho más de la Corona. Esta nueva administración busca una racionalización útil de la maquinaria burocrática. No es una mera coincidencia que en esta época una serie de autores ingleses como Petty o King escriba sobre la racionalización de la burocracia. Hay una tendencia a crear departamentos permanentes en el gobierno central, con un sentido unificador, y tratando de facilitar la dirección de estas instituciones por parte del monarca, esto es una centralización de las administraciones, proceso fortalecido con el establecimiento de líneas de mando verticales que culminan en el rey. Esta nueva orientación política-administrativa tuvo resistencia por parte de los más perjudicados, la nobleza local, cuyo poder ven amenazado, y también en el seno de varios estados provinciales que tenían privilegios que podían desaparecer.
- Luis XIV tendrá un empeño especial en fortalecer el ejército, que será un instrumento de poder de primer orden, un ejército que estará con actividad prácticamente durante todo el reinado.
- Reorganización hacendística, donde tendrá mucha importancia el ministro Colbert. Es un apartado vital del reinado, ya que Luis XIV necesita más fondos para pagar al ejército, debido a su política exterior. Un elemento vertebral sería un aumento de los ingresos a través de la fiscalidad, y lograr un incremento de las arcas del Estado, lo cual se activará en dos líneas principales, intervenir más en materia económica para aumentar la riqueza del país (inversión en industria y otros sectores) y lograr una mayor eficacia administrativa para evitar pérdidas recaudatorias. El intendente tiene funciones judiciales, policiales, militares y de control de las comunidades religiosas. El éxito de esta figura fue notable, al menos en un periodo inicial, de hecho, los Borbones españoles importarán este modelo de intendencia a España. A pesar de este nuevo sistema administrativo, el esfuerzo fiscal que pedirá Luis XIV será de tal magnitud que al final de su reinado Francia era un país agotado y al borde de la quiebra.
- Sacralización de la figura del rey. Junto a estas reformas administrativas, el triunfo del absolutismo de Luis XIV tiene que ver con la idea de sacralización de la figura del rey, que se producirá en todas las monarquías absolutas, consiguiéndose a través de una imaginería muy elaborada que instrumentaliza la cultura oficial, desde la moneda a la literatura, ciencia, música etc.. No hay que olvidar el significado de la corte y los rituales de la élite cortesana, que servirá para marcar el estatus jerárquico, y sirvieron para hacer una representación material del poder real.
- Política eclesiástica. En la política eclesiástica, el absolutismo francés, al igual que los europeos, va a conceder una especial importancia a las relaciones con la Iglesia, ya que es primordial dar una cohesión religiosa al país, después de sufrir las Guerras de Religión. Luis XIV iniciará una política de persecución de todos los credos opuestos al catolicismo.
Hay esfuerzos por conseguir el
saneamiento de las cuentas junto con la reforma administrativa, buscando esa
mayor centralización, en general, tener éxito hasta 1680. Se habla de que los
ingresos de la Hacienda francesa se llegan a duplicar dos veces. Desde la
década de los 70-80 la realidad se transforma a peor; a partir de 1672 vemos
varios conflictos bélicos, con la guerra franco-holandesa, que llevó a recurrir
a impuestos especiales, la venta de cargos públicos, un impuesto directo que
grava a todos los ciudadanos etc.. El periodo final de Luis XIV es un periodo
de crisis y dificultades que pueden verse en hechos concretos: en 1682 la corte
se traslada a Versalles, en 1683 muere Colbert, en 1685 se revoca el Edicto de
Nantes, en 1686 se forma la Liga de Augsburgo, que producirá la Guerra de los
Nueve Años, el principio del fin de una Francia poderosa.
Los gobernantes tras Colbert
impondrán una serie de impuestos que no podrán parar el déficit. La situación
económica es desastrosa y la deuda es la mayor nunca vista hasta entonces. A
esto se unen los problemas religiosos y la guerra, que durará 20 años, que
enfrentará a Francia contra dos coaliciones europeas sucesivas. Es una lucha
agotadora, especialmente para Francia, que tras una serie de derrotas, pacta un
acuerdo honorable, aunque no se proclama vencedora.
La Europa de 1714 (Tratado de
Utrecht) es la del equilibrio de las potencias de Europeas, ninguna (Francia, Gran Bretaña, Austria) está en
condiciones de imponer su hegemonía. Tras el Tratado de Utrecht, Francia
consigue varios enclaves como Lille o Estrasburgo, consigue afianzar sus
fronteras y consigue que un miembro de su dinastía se siente en el trono
español. Esta Francia, agotada tras Utrecht, renuncia a las ansias
expansionistas de Luis XIV, mientras que Inglaterra se afianza en el plano
internacional, debido a su poder militar, sobre todo naval, y su poder
comercial.
Bibliografía:
BENASSAR, B., Europa en el Siglo
XVII, Anaya, Madrid, 2001.
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