martes, 21 de enero de 2014

LOS METALES AMERICANOS Y LA BANCARROTA ESPAÑOLA.


Desde mediados del siglo XVI, la llegada de los metales americanos supuso para el Impero Hispánico un efecto de subida de precios nunca antes sufrido hasta entonces, con unas subidas del 2 – 3% anual (algo muy elevado para la época). Es lo que se ha venido a conocer posteriormente en la historiografía como la “Revolución de los precios”. Este fenómeno abarcó poco menos de un siglo, acabando en torno a 1630, de la mano de la caída en esa llegada de metales americanos (prueba de ello es el agotamiento en los filones de plata de Potosí, por ejemplo).

Pero el problema que nos ocupa, el de ese período de tiempo que hemos fechado aproximadamente entre 1550 y 1630, no es otro que todas aquellas dificultades a las que tuvo que hacer frente la Monarquía Hispánica con respecto a esos metales americanos. Lógicamente, y como es de esperar, el primer problema surge con la llegada de esa plata y ese oro a la Península Ibérica pero ¿Acaso llegaba todo? En efecto no, y la explicación de este hecho es la siguiente. Con el monopolio del comercio con las colonias americanas en manos de España, toda la producción de metales debería de llegar, pero lo hacía ya no sólo en forma de impuestos y derechos sobre las explotaciones americanas, sino también como forma de pago de los colonos americanos a cambio de manufacturas, pero la demanda de manufacturas era tan elevada que el Imperio Hispánico no pudo hacerle frente, por lo que esos pobladores americanos de origen europeo comenzaron a cubrir esas demandas con manufacturas procedentes de otros Estados europeos, por lo que parte de esos metales se desvió hacia sus arcas. Tal es el caso de ciudades como Ámsterdam, Florencia, Milán o Lyon.

Pero la situación de crisis de la Monarquía Hispánica no sólo no mejoró sino que con el estallido del conflicto en los Países Bajos en 1568, con los gastos en materia bélica que ello conllevaba, hizo que Felipe II no dudara en endeudarse con banqueros de todo el continente, con tal de recaudar los fondos necesarios para pagar a la soldadesca. Tal es el caso de bancos como los de los Fugger en Alemania o los Díaz en Portugal, pero no sólo fueron ellos, sino que personajes de origen genovés como los Doria, Spínola y Centurione no dudaron en adelantar parte de esos fondos al monarca, a cambio de recibir en compensación un porcentaje de esos metales americanos que llegaban a la Península Ibérica. Como muestra de esta situación, podemos presentar datos como el hecho de que el 80% de los impuestos estuvieran hipotecados en 1609, o que tan sólo diez años más tarde la situación llegase al 100%.

Por todo ello, no fueron pocas las veces en que los monarcas españoles no dudaron en declararse en bancarrota, una hábil estrategia económica dentro de su desgracia, pues les permitía renegociar los tipos de interés de los préstamos y poder alargar un poco más su pago en un momento histórico en que la política belicista exterior se hizo cada vez más costosa. Pero son bancarrotas que, a pesar de ese efecto que podríamos calificar como “positivo” (y recalcando el entrecomillado) para la financiación de los monarcas afectaban enormemente a la economía europea, en un momento además en el que la moneda, sobre todo la fraccionaria, se iba envileciendo cada vez más en las posesiones de los Habsburgo a lo largo y ancho del continente europeo (desde la Península Ibérica hasta posesiones italianas como el Milanesado, pasando por el Sacro Imperio).

Vemos por tanto como es un momento de importantísima crisis que afectará únicamente a los territorios bajo la corona de los Habsburgo, que poco a poco hundía su economía, algo que contrastaba con el gran momento de desarrollo de la política económica de otras naciones, que ganaba en liquidez con el metal americano (esa cantidad que les llegaba y que he mencionado al principio de la entrada), además de ir desarrollando unas técnicas financieras muy superiores al atraso español (como el caso de la aparición de las primeras Bolsas en Holanda). Pero no sólo eso sino que las propias monarquías de otras naciones como Holanda e Inglaterra gozaron además de unos tipos muy bajos de interés en su deuda (4 – 6%), lo que les permitió una mejor financiación. Como ya hemos mencionado, Holanda e Inglaterra se situarán a la cabeza gracias a ese sistema financiero, pero no debemos olvidar que el fin de la hegemonía política y comercial hispánica en este período favoreció la prosperidad de otros estados como Francia o la Serenísima República de Venecia.
 
DI VITTORIO, Antonio, Historia Económica de Europa siglos XV - XX. Editorial Crítica, Barcelona, 2003, pp. 97 - 98.

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