domingo, 12 de enero de 2014

LA PREEMINENCIA COMERCIAL HOLANDESA: SIGLOS XVI-XVII



LA PREEMINENCIA COMERCIAL HOLANDESA: SIGLOS XVI-XVII

El polifacético escritor Ludovico Guicciardini describió en 1567 las ciudades neerlandesas con especial acierto, poniendo el acento en la variedad de su abasto y en la diversidad de su procedencia, recordando una especie de cosmopolitismo comercial que era, ya en el siglo XVI, característica de los Países Bajos. Nos servirá de introducción para algunos de los aspectos que vamos a tratar a continuación:
Este país produce poquísimo trigo y nada de centeno a causa de la bajura y acuosidad de la tierra, pero disfruta de tanta abundancia que provee a otros países e importa mucho grano, especialmente de Dinamarca y Osterland. No hace vino, y allí hay más vinmo y se bebe más que en cualquier parte donde se haga, y es traído de varios lugares y principalmente vino del Rhin. No tiene lino, pero hace textiles más finos que cualquier otra región del mundo […][1]

            En los últimos años del siglo XVI, navegantes como Oliver van Noort se preocuparon por encontrar rutas comerciales propicias para el comercio con América y Asia. Este explorador, en concreto, consiguió llegar a Filipinas (1598-1601) y regresar a Holanda satisfactoriamente, abriendo nuevas posibilidades comerciales para Provincias Unidas. La competencia con Felipe II por el comercio de la sal en Cabo Verde y la rivalidad con Portugal por el comercio de la especiería explicarán el afán de búsqueda de rutas alternativas, así como las bases librecambistas del pensamiento económico neerlandés, sobre el que más adelante volveremos.
            Hallada una ruta propia para el comercio ultramarino, resultaba necesario asegurar su explotación. La tradición política y el pensamiento económico imperantes, además de la probable falta de medios demográficos para hacerlo, impidieron que las Provincias Unidas se lanzaran a una colonización dirigida estatalmente, al menos entendida como empresa nacional. A diferencia de lo que ocurría en las colonizaciones castellana y portuguesa, en las que la titularidad de las colonias residía en la Corona, que aseguraba su explotación por medio de concesiones e implantando una administración paralela y semiautónoma, una de cuyas tareas fundamentales era la civilización; a diferencia de lo que ocurría en este tipo de colonizaciones, entre la empresa y la misión, en los territorios ultramarinos de Provincias Unidas se practicó algo bien diferente. En primer lugar, la titularidad de las colonias residía en el Estado e incluso, en algunos casos, en las Compañías. En segundo lugar, el espíritu misionero era nulo, y el interés por el beneficio económico guiaba las decisiones coloniales. Se trataba, a diferencia del caso castellano, de obtener el máximo beneficio de las inversiones realizadas en Ultramar.
            Encontrada la ruta, como decíamos, fue necesario dotar a Provincias Unidas de un medio de acción colonial. A iniciativa de Jan van Oldenbarnevelt se creó, en 1602, la Compañía de las Indias Orientales, encargada de la política comercial y colonial en Asia. En ella recaía el monopolio de la ruta entre Buena Esperanza, Madagascar, Maldivas, Sumatra y Java. A cambio, había de pagar un impuesto sobre sus exportaciones, que reportarían amplios beneficios a las Provincias. En sus primeros años de vida, la Compañía logró en 1604, 1605 y 1610, tomar de Portugal, por la fuerza, Malaca, Amboina y Ternate respectivamente. En 1619 Jan Pieterszoon Coen fundó Batavia, en Java, lugar que pasaría a ser la sede institucional de la Compañía. Posteriormente, hasta los años 40, nuevas posesiones cayeron en la bolsa territorial de la Compañía, como Indonesia, la Península Malaya, la costa Malabar, India, etc. Ya en la segunda mitad del siglo se tomaría Ceilán (1658-1661) y los portugueses serían expulsados de El Cabo (1652).
            La Compañía se creó con una intención empresarial clara, que explica la gran planificación y organización que la caracterizaba. Todo tipo de ayudas recibidas por parte del gobierno de las Provincias Unidas, en forma de concesión de monopolios y otros incentivos, así como la gran masa de capital puesto a su servicio por parte de socios capitalistas, hicieron posible su espectacular avance. Ejemplo de su hábil organización era la estructura impuesta en Indonesia para la producción especiera, distribuida en pequeños monocultivos especializados por islas.
            Paralelo a este proceso de creación de la institución colonial neerlandesa por excelencia –a la que hay que añadir, en menor rango de importancia, la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales– existe otro de surgimiento de los mecanismos financieros necesarios para el éxito de aquellas. Se trata de la creación de la Bolsa de Amsterdam de 1609, que es posterior sin embargo a las de Amberes y Londres, del siglo anterior. Las Bolsas ya existían desde época medieval en Venecia, Génova o Amberes, pero ahora se profesionalizaban, se hacían populosas, sus mecanismos se perfeccionaban, los negocios se multiplicaban. Se hecho, se internacionalizaban, llegando a convertirse la VOC en una sociedad germanizada, en lo que a la titularidad de sus acciones se refiere.[2]
            Unos años después, y coincidiendo con el reinicio de las hostilidades tras la Paz de los 12 años entre la monarquía hispánica y las Provincias Unidas, se crea, el 3 de Junio, la Compañía de Indias Occidentales. Su función sería organizar el comercio y la explotación de las posesiones holandesas en América, pero también el contrabando como forma de lucha contra el enemigo hispánico y la propia fundación de enclaves. El 10% de los beneficios irían a parar al Príncipe de Orange, siendo el resto objeto de reparto entre accionistas, costes y empleados. Se fundó con un capital inicial de 7108161 florines, y entre 1622 y 1636 logró capturar 547 embarcaciones, cuyos cargamentos pudieron valorarse en unos 30.000.000 de florines[3]. Holanda, sin embargo, no estableció un verdadero poder colonial en América, y su presencia económica fue  menor, brillando más bien por la piratería. La empresa llegó a tener 800 barcos y 67.000 marinos, muchos de aquellos destinados a la guerra.
            La manera tradicional de financiación de las empresas comerciales había quedado obsoleta. Los holandeses, y con ellos los ingleses, abrieron un nuevo futuro para el comercio ultramarino, que era el más necesitado de fuerte inyecciones de capital. La compañía ya no sería más una sociedad de personas, “sino una compañía de propietarios de participaciones”. Para la Compañía de las Indias Orientales existiría un directorio de los Diecisiete Señores, que definía un sistema federal de gobierno de la empresa. La Compañía llegaría a convertirse en un auténtico Estado dentro del Estado, con ejército y territorios propios, así como beneficios descomunales. Cada compañía tenía sus diferencias, y en sus estructuras se reflejaba las características políticas del país de procedencia. Las diferencias entre la VOC y la Compañía Inglesa de las Indias Orientales eran de todo tipo: en la organización, la actitud, los medios, las funciones, la disciplina, etc.[4]
            La pregunta sobre la razón del temprano surgimiento de las Compañías y de las empresas por acciones en Provincias Unidas es compleja y puede suscitar argumentaciones diferentes. Entendemos que, sobre todo, es el resultado de una serie de condiciones económicas, sociales e ideológicas concretas, las cuales contemplamos a continuación.
            En primer lugar, existía una economía industrial y comercial con gran arraigo del fenómeno financiero, gracias a la menor necesidad de producción cerealística que garantizaban las masivas importaciones desde Europa oriental, en especial Polonia[5]. La misma ubicación de las Provincias Unidas favorecía su protagonismo como puente entre el comercio báltico y el atlántico, y su brutal implicación en la construcción naviera supuso, sin duda, un potente motor para el desarrollo de la industria. El alto grado de desarrollo del comercio en determinadas ciudades como Amberes y Ámsterdam facilitó el crecimiento de los sistemas financieros, el fenómeno del préstamo, los seguros, etc.
            No sólo esto, sino que además las escasas tierras cultivadas (en comparación con las superficies puestas en explotación por otros países) eran excepcionalmente rentables, con tasas de productividad altas provenientes de los métodos utilizados. Aquí intervendrían factores como la propiedad de la tierra en manos de terratenientes con mentalidad protocapitalista y empresarial, la especialización de la producción (en el caso, fuera del ámbito agrícola, de los lácteos y la pesca ballenera), la introducción de formas de trabajo de la agricultura científica, etc.
            Lo que más llama la atención es, en el funcionamiento económico holandés, el hecho de que gran parte del abasto relacionado con la alimentación era importado del exterior, dejando margen para actividades especialmente lucrativas, como el comercio colonial y los negocios financieros, en un contexto de excepcional urbanismo. Del total del coste de las importaciones de las Provincias Unidas para c. 1560[6], el 44% tenía que ver con la alimentación (vino del Rhin, francés, mediterráneo, cereales, especias, aceite, azúcar y sal); un 30% correspondía a productos industriales (fustán, cobre, paño inglés y seda italiana) y un 25,9% correspondía a materias primas (tintes, lana española e inglesa, cochinilla, alumbre, cobre y seda). Del total correspondiente al desembolso en concepto de exportaciones alimentarias que supone un 44% del total, un 36’83% lo copaban los cereales provenientes del este de Europa, Polonia y Pomerania entre otros. Esto significa que del total de las importaciones, un 16,3% iba a parar a tal gasto. Si además tenemos en cuenta que los cereales eran un producto barato (no suntuoso, como otros), entendemos que el volumen, en peso, de las importaciones era inmenso. Por esto no es comparable el gasto realizado en especias (2 millones de florines, siendo el de cereal de 3 millones), ya que el precio de las mismas era suficientemente alto para que el volumen de la importación fuese, en capacidad de abastecimiento, menor. La tarea de abastecer a las ciudades neerlandesas era casi titánica e indicaba un grado de sofisticación elevado a la hora establecer redes de suministros. El Sund se convertiría en la gran vía de entrada de cereal a Provincias Unidas, y se poblaría de los fluits holandeses que les dieron tanta fama. Los registros aduaneros de la zona son fuente de estudio económico imprescindible para este asunto.
[…] el establecimiento de un comercio voluminoso a tan gran distancia debe ser considerado sin duda alguna como uno de los mayores éxitos de los inicios de la economía moderna. Aumentó enormemente las posibilidades de especialización de la producción y de eficiencia en el comercio que eran las principales fuentes de crecimiento de la productividad antes de la Revolución Industrial[7].
           
            En cuanto a las condiciones sociales que favorecieron el surgimiento de un temprano protocapitalismo en Países Bajos, hay que recordar la excepcional abundancia de financieros, profesionales, industriales y comerciantes, en proporciones mayores que las habituales para la época en otras regiones. En ello tiene mucho que ver la invasión hispana, que obligó a finales del siglo XVI y hasta 1648 a gran cantidad de fugitivos valones a refugiarse en el norte, aportando no ya capital humano, sino conocimientos, prácticas, capital líquido, etc. No en vano uno de los grupos de mayor relevancia en la Compañía Holandesa de las Indias Orientales era el de esta procedencia[8]. No sólo esto, sino que además buena parte de los empresarios y burgueses prósperos tenían no ya voluntad de invertir sus beneficios, sino posibilidades de hacerlo. El siglo XVII, en especial la segunda mitad del mismo, abre las puertas de la financiación estatal por medio de la deuda pública consolidada en Inglaterra y Países Bajos, a pagar anualmente por medio del presupuesto estatal de forma segura y permitiendo tasas de interés menores. Esto sería mucho más decisivo para el caso inglés, en cualquier caso.
            Todo ello favorecía una movilidad de capitales muy elevada, acrecentada incluso por el desarrollo del mercado hipotecario y de la bolsa de valores. A partir de los años 70 del siglo XVII las acciones de las compañías de Indias fueron un producto popular, llegando a multiplicarse por cuatro y cinco veces su valor nominal. En 1667 se establecía un nuevo impuesto sobre la tierra, lo que unido al agotamiento del mercado de la misma favorecía la búsqueda de nuevas inversiones. Las Compañías emitieron también bonos de beneficios fijos y amortizables, que “hallaron pronto compradores que los consideraban como la inversión ideal para la protección de mujeres y niños”[9]. La fiebre especulativa de las Compañías llegaría a su punto álgido en 1720, en un contexto de frenética creación de éstas, lo que indica una abundancia de capital en búsqueda de salidas de inversión.
            En último lugar, en cuanto a la mentalidad, cabe destacar que, si la tradicional tesis del espíritu capitalista de la ética protestante no es del todo afortunada, asunto que contemplamos ya en las clases teóricas, sí debió de existir una verdadera mentalidad empresarial masiva para amplios sectores de la sociedad holandesa del siglo XVII. Existían posibilidades de inversión, capital susceptible de ser invertido y empresas lucrativas y prometedoras, en un ambiente de excepcional urbanización y proliferación de clases acomodadas que, desde los más ricos hasta los más humildes (nunca los pobres) podían participar en la financiación de las Compañías o la deuda estatal.
No sólo en lo social, sino también en el ámbito de la teoría económica se abría camino a la innovación, con algunos componentes de tradición. Como representante de esto, y perfectamente comprensible para el marco histórico que venimos dibujando, podemos citar a Hugo Grocio. También Dirk Graswinckel, Pieter y Johan de la Court, Baruch Spinoza se preocuparon en la Holanda del siglo XVII del papel del Estado en la economía, posicionándose a favor de la libertad de comercio y de empresa y de la movilidad de trabajo y capital. Fueron algunos de los primeros pensadores que interpretaron la actuación del interés propio como factor positivo para el crecimiento económico. Grocio figura entre los más relevantes con su obra Mare Liberum, sive de iure quod Baravis competit ad Indicana commercia, Dissertatio (1619), que  formaba parte de De iure praede commetarius. Esta última fue escrita, sin existir casualidad en ello, entre 1604 y 1605 para la Compañía de las Indias Orientales[10].

BIBLIOGRAFÍA
-          CIPOLLA, Carlo M., Historia económica de la Europa Preindustrial, Madrid, Alianza, 1981.
-          DE VRIES, Jan, La economía de Europa en un periodo de crisis: 1600-1750, Madrid, Cátedra, 1979.
-        LUCENA SALMORAL, Manuel Rivalidad colonial y equilibrio europeo, siglos XVII-XVIII, Madrid, Síntesis, 1999.
-          MUNCK, Thomas, La Europa del siglo XVII, 1598-1700, Madrid, Akal, 1994.
-          PERDICES DE BLAS, L., Historia del Pensamiento Económico, Madrid, Síntesis, 2008.
-          SCHULTZ, Helga, Historia Económica de Europa, 1500-1800: Artesanos, mercaderes y Banqueros, Madrid, Siglo XXI, 2001.
-          WILSON, Charles y PARKER, Geoffrey, Una introducción a las fuentes de la historia económica europea. 1500-1800, Madrid, Siglo XXI, 1985.




[1] GUICCIARDINI, Descrittione, p. 176; citado en CIPOLLA, Carlo M., Historia económica de la Europa Preindustrial, Madrid, Alianza, 1981, p. 260
[2] SCHULTZ, Helga, Historia Económica de Europa, 1500-1800: Artesanos, mercaderes y Banqueros, Madrid, Siglo XXI, 2001, pp. 148-149
[3] LUCENA SALMORAL, Manuel Rivalidad colonial y equilibrio europeo, siglos XVII-XVIII, Madrid, Síntesis, 1999, p. 63.
[4] SCHULTZ, Helga, Op. Cit., pp. 145-147
[5] MUNCK, Thomas, La Europa del siglo XVII, 1598-1700, Madrid, Akal, 1994, p. 168
[6] WILSON, Charles y PARKER, Geoffrey, Una introducción a las fuentes de la historia económica europea. 1500-1800, Madrid, Siglo XXI, 1985, p. 110
[7] DE VRIES, Jan, La economía de Europa en un periodo de crisis: 1600-1750, Madrid, Cátedra, 1979, p. 167
[8] CIPOLLA, Carlo M, Op. Cit., p. 262-263
[9] DE VRIES, Jan, Op. Cit., pp. 226
[10] PERDICES DE BLAS, L., Historia del Pensamiento Económico, Madrid, Síntesis, 2008, pp. 64-65

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