martes, 24 de diciembre de 2013

¿GÉNESIS DE UNA REBELIÓN ANUNCIADA?

DEPENDENCIAS
Los Países Bajos de los Habsburgo ocupaban más de 51.000 Km2 (ponemos como referencia mental y visual los 76.000 de Inglaterra), que podemos dividir con gran simpleza en: un centro formado por ricas provincias como Flandes, Brabante, Hainaut y Artois; al norte Frisia, Utrecht, Holanda y Zelandia, separadas del centro por ríos, diques y lagos; al este y noreste se situaban, con menos población, entre otras, Luxemburgo, Drenthe y Groninga, muy aisladas por dunas, ciénagas y el principado independiente de Lieja; finalmente, al sur, separado por el principado independiente de Lorena encontramos el Franco Condado de Borgoña.
Vemos una gran fragmentación física y política que entorpecían en gran medida las comunicaciones. Atravesar de norte a sur (o viceversa) conllevaba ineludiblemente el uso de embarcación, los lagos y zonas pantanosas no permitían el viaje a caballo, menos con carreta. Era un territorio donde las comunicaciones ineludiblemente habrían de volcarse al mar, en muchos aspectos Amberes era más cercano a Paris y Colonia que a Ámsterdam.
A mediados del S.XVI ya poseía una población medianamente densa y muy urbanizada, especialmente en las provincias occidentales que alcanzaban las mayores densidades de Europa. Un problema era de índole netamente cuantitativa: pese a la diversidad de producción agrícola, roturaciones y mejora de tierras, la producción de los Países Bajos no podía cubrir la alimentación de la población y todas sus necesidades. Una cuarta parte –tanto de artículos de consumo básico como el trigo báltico hasta suntuarios como vinos- había de ser importado. La base de la alimentación de la población era el pan, cualquier oscilación del precio del cereal tenía terribles consecuencias en forma de crisis repentinas de pobreza, especialmente virulentas en ciudades industriales como Flandes o Brabante.
INDEPENDENCIAS
Entrando ya en cuestiones netamente políticas encontramos un primer problema en la propia unidad de los Países Bajos. Es en 1548 cuando Carlos V disuelve sus vínculos imperiales en su mayoría, eran parte del Imperio en una unidad administrativa separada siendo de facto independientes y autónomas, quedando los lazos del Imperio como algo meramente nominal... Carlos dejaba así todo dispuesto para que los Estados de cada provincia aceptaran a Felipe como su heredero. Pero esta fachada de unidad no debe entorpecer la visión de un variopinto número de provincias, algunas con largas historias de antagonismo así como excepciones administrativas (el ducado independiente de Aershot, la provincia de Cambrai…).
El gobierno se situaba en Bruselas y estaba compuesto por: un representante del soberano, aconsejado por el Consejo, un consejero de Hacienda y uno de Cámara para, respectivamente, política, fiscalidad y justicia. La justicia estaba dividida en consejos, los provinciales y el “gran consejo” de Malinas.
LOS ESTADOS
Los Estados eran quienes ejecutaban en las provincias los mandatos de Bruselas, estaban caracterizados por disponer de asambleas representativas propias –algunas se remontan al S.XIII- y donde acudían delegados de la nobleza, clero y de las principales ciudades. Eran un poder fuerte, podían reclutar tropas y para imponer o recaudar tributos en algunas provincias era necesario su pleno consentimiento, velaban además por la integridad de los privilegios locales.
Curiosamente, en este microcosmos tan dividido políticamente hablando, la práctica más utilizada era la unanimidad, los Estados Generales que solían reunirse cada tres años para examinar los impuestos se zanjaban, tras intensos regateos, en  unanimidad. Este proceso fue actuando –indirectamente- como canal de cooperación entre los delegados de las principales provincias (no hay que pasar por alto que los delegados, independientemente de a qué estamento representasen eran parte de la élite correspondiente, e incluso podían estar directamente vinculados familiarmente con los otros representantes).
En circunstancias normales el proyecto imperial Habsburgo hubiera permitido asentar las bases para una unión política permanente, pero los Países Bajos presentaban, a su gran población y pujanza económica , unas fuertes instituciones tradicionales, distintas lenguas y distintos sistemas fiscales y jurídicos.
LOS PRIVILEGIOS
Los privilegios eran uno (sino el que más) de los ejes sociopolíticos de la zona... En un mundo en el que gobierno no rendía cuentas a la sociedad, en el que el súbdito no tenia protección real contra el ejercicio arbitrario del poder, la existencia de unos privilegios garantizados cobra una importancia capital… La rebelión en defensa de los privilegios fue una tónica común durante los siglos XIV, XV y XVI donde las ciudades no dudaban en luchar contra su soberano en aras de la defensa de unos privilegios, materiales... pero también ideológicos.
LOS PROTESTANTES
Para terminar de bosquejar esta realidad, tan lejana a una unidad, hay que añadir la aparición del protestantismo. Se manifestó prontamente, en 1520, un año antes del Edicto de Worms el luteranismo ya estaba prohibido por el Gobierno (ese mismo año ya se quemaron en una ciudad 80 libros de Lutero). En 1522 se establece una Inquisición estatal que refuerce a la episcopal y en 1523 es quemado el primer mártir protestante. En 1525 la situación no tenía vuelta atrás, pese a los esfuerzos desde Bruselas, luteranos, anabaptistas, todos eran traducidos a los distintos idiomas del territorio y ni la quema de libros y mártires podía evitarlo ya.
CONCLUSIONES
Cerramos así un escueto acercamiento donde hemos tratado de mostrar la pluralidad administrativa y social de un territorio marcado por la poderosísima influencia de los privilegios locales, con fuertes crisis de subsistencias repentinas y con un largo historial de rebelión. ¿Era una rebelión anunciada con estos factores que ya se han comentado? ¿Podría haber triunfado el modelo Habsburgo sobre el protestantismo y el recorte de privilegios locales? Cada cual que exprese libremente su parecer.




Parker, Geoffrey. España y la rebelión de Flandes. Madrid: Nerea, 1989, págs. 23-37.

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